martes, 6 de noviembre de 2007

Alguien muy especial

Alguien muy especial
MANUEL CRUZ
"Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto". J. D. Salinger, Franny y Zoey.
Entre los méritos más destacados de las llamadas revistas del corazón figura el de ser capaces de producir un tipo de famosos muy característico. Son esos famosos de los que se acostumbra a desconocer el motivo real de su fama, al margen del hecho mismo de aparecer en esos medios. Para encontrar el motivo de la primera aparición (que es la que, si acaso, necesitaría ser explicada), hay que remontarse muy atrás, hasta algún lejano matrimonio anterior, un familiar de primer o de segundo grado, una amistad juvenil o cualquier otra contingencia de parecido estilo. Hace pocas semanas entrevistaban en un programa de televisión dedicado a tales asuntos a uno de estos personajes. Era una mujer de mediana edad que llevaba a sus espaldas un número no despreciable de matrimonios y uniones sentimentales (por aceptar el eufemismo al uso). Parecía evidente que su notoriedad actual le venía de ahí, puesto que el argumento de la conversación era precisamente la evocación de sus sucesivas parejas.
Lo que en principio me llamó la atención -deformación profesional, sin duda- fue un aspecto puramente formal. Ante la recurrente pregunta "¿qué ha significado en tu vida... ?", las respuestas de la mujer -que desde luego no terminaba de manejar muy bien el tempo de la entrevista- iban perdiendo fuelle ostentosamente: "Fue mi primer amor", "me hizo conocer la auténtica pasión", "mantenemos una buena amistad: a fin de cuentas, es el padre de mis hijos", "me ayudó en unos momentos muy difíciles para mí", "tiene mucho sentido del humor", etcétera. Mientras la escuchaba, constatando que la relación comenzaba a hacerse larga, pensé que había empezado demasiado fuerte -había echado el resto a las primeras de cambio- y que, conforme se acercara al presente, empezaría a tener serios problemas para mantener el énfasis retórico inicial.
En efecto, cuando llegó el momento de valorar la importancia que para ella tenía su pareja actual, la cosa se le puso complicada. Doblemente complicada, en realidad. De una parte, ya había utilizado los argumentos más sonoros. De otra -según pude deducir de los malévolos comentarios que había hecho una voz en off al principio de la entrevista-, su compañero de ahora parecía un tipo poco elogiable, sin oficio ni beneficio conocidos. (Probablemente, un hermeneuta más experimentado que yo en estos temas opinaría que lo que el individuo en cuestión estaba pretendiendo obtener con el emparejamiento era la legitimación inicial para incorporarse de pleno derecho a esa peculiar noria de la fama a la que me refería al principio, pero el acierto o desacierto de esa interpretación no afecta a lo que ahora pretendo plantear).
La cuestión es que, tras largas vacilaciones y titubeos, a la entrevistada, por fin, le cambió la expresión de la cara. Perdió el gesto de profunda concentración que durante demasiados segundos le había embargado y se distendió, ya relajada. Era evidente que había dado con la idea y que eso le hacía sentir al mismo tiempo aliviada y satisfecha. "¿Que qué significa para mí ?", repitió. "Pues, mira, te lo voy a decir con pocas palabras: es alguien muy especial". Confieso que la frase me dejó estupefacto. No conseguía entender qué podía significar, razonablemente, tal enunciado. Si, pongamos por caso, intentaba establecer la diferencia con las valoraciones precedentes, no alcanzaba yo a percibir por dónde pasaba la línea de demarcación. ¿Quería decir aquella mujer que sus anteriores parejas no eran especiales? ¿O tal vez que ésta era más especial que las anteriores? Pero, si ésa fuera la respuesta correcta, entonces de ella se desprende, inexorable, la siguiente pregunta: ¿y qué demonios podría significar que alguien es más especial que otro?
Como no encontraba la forma de salir del estupor en el que yo mismo me había metido con tan inapropiados interrogantes, opté, como de costumbre, por la traducción. Di en pensar que, con ese lenguaje tan vacío como engolado, lo que pretendía la famosa en cuestión era atribuir a su último compañero alguna variante de lo que los filósofos o los historiadores prefieren llamar irrepetibilidad. Vano empeño, ciertamente. Ella no se daba cuenta de que la dificultad con la que se estaba topando no tenía que ver con su torpeza para acertar con las palabras precisas, sino que era, en el fondo, una dificultad casi metafísica: quería atribuirle a aquel individuo un rasgo imposible, autocontradictorio. Todos somos repetibles e irrepetibles, al mismo tiempo y sin remedio. No hay soluciones mágicas ni manera de ponerse a salvo de lo común para elevarse a los cielos de la excepción absoluta.
Días más tarde tropecé en este mismo periódico con un anuncio que -pensé- tal vez ofrecía la formulación adecuada y contundente de esta cuestión. Correspondía a una cadena catalana de emisoras de radio y utilizaba como lema de su campaña una frase sin duda feliz: somos singulares porque somos plurales. Lo que probablemente sea como decir que todos estamos hechos de los mismos materiales, diseñados de manera extremadamente parecida: lo único que cambia de uno a otro es, como hubiera dicho Henry James, el casi imperceptible dibujo de la alfombra. No hay pretensión más generalizada que la de querer ser diferente, ni, en consecuencia, base más frágil sobre la que establecer una relación personal que buscar en el otro una tal especificidad. El protagonista de American Beauty lo formula con amarga lucidez cuando, en el transcurso de un cóctel, su interlocutor se excusa por no haberlo reconocido. "No se preocupe, yo tampoco me recordaría", le responde con una sonrisa. Análogamente, si la entrevistada que dio pie a esta modesta reflexión hubiera sido capaz de decirse a sí misma "lo que más me gusta de él es su perfecta, absoluta, vulgaridad" (lo cual, por otra parte, era el caso), quizá no se hubiera sentido mejor, pero se habría colocado, seguro, en el buen camino. Que no conduce a la felicidad, pero por lo menos aleja del engaño.
Manuel Cruz es catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona.

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