miércoles, 5 de diciembre de 2007

Diferencia entre Castigo y Disciplina





Para algunas parejas puede ser difícil ver la diferencia entre lo que es el castigo y la disciplina. De hecho, algunos de nosotros crecimos en hogares donde la palabra disciplina no existía. La palabra usada era "castigo".

"Te voy a castigar si no haces tal o cual cosa." Ese castigo era, en la mayoría de los casos, de tipo físico, algo que causara dolor físico a la niña o al niño. Esta era la forma de disciplina que nuestros papás y abuelos conocían. Pero veamos qué se entiende por disciplina.

De acuerdo con el diccionario de la lengua española "disciplina" significa: "Doctrina o enseñanza." De esta palabra se deriva la palabra "discípulo." Un discípulo es la persona que recibe enseñanza de un maestro o una escuela, de acuerdo al diccionario. Los discípulos de Jesús, por ejemplo, recibieron de su maestro todas las enseñanzas cristianas. Así, la palabra disciplina se podría definir como "el arte de recibir una doctrina o enseñanza."

Ahora, tratemos de entender esta palabra en el contexto de la familia. ¿Qué significa disciplinar a los hijos? Es muy importante que esta pregunta sea contestada claramente, pues los padres de familia hemos recibido de Dios el mandato de disciplinar a nuestros hijos; y mediante la disciplina, prepararlos para que sean personas de bien para la sociedad y para el mundo. Disciplinar, en el contexto familiar, significa también enseñar. Los padres de familia estamos llamados a enseñar a nuestros hijos los valores morales, religiosos, sociales y cívicos que hacen a un individuo integralmente saludable para la sociedad y para el mundo.

Para disciplinar a nuestros hijos en esos valores no hace falta el castigo físico. Ciertamente hay momentos en que el castigo físico nos parece lo más conveniente, la salida más fácil y rápida para hacer que nuestros hijos hagan lo que nosotros queremos que hagan. Ellos, nuestros hijos, lo van a hacer, no por convencimiento personal, sino por miedo a que se les castigue. A este punto podemos preguntarnos, ¿Cuál es el valor o los valores que le estamos pasando a nuestros hijos cuando les castigamos físicamente?. Cualquiera que sea la respuesta, es obvio que no estamos transmitiendo ninguno de los valores mencionados arriba.

Pensemos por un momento cuándo es que le hemos castigado físicamente a nuestros hijos. ¿Cuando hicieron una travesura?, ¿cuando derramaron la leche en el sillón?, ¿no nos hicieron caso?, ¿cuando hemos llegado del trabajo cansados y hemos proyectado nuestro cansancio y frustración sobre ellos? ¿O cuando los problemas de papá y mamá han sido proyectados sobre ellos?. Muchas veces los niños pasan a ser los conejillos de indias con los cuales nos desquitamos y en nuestra mente, justificamos nuestro comportamiento pensando que les estamos disciplinando. El disciplinar requiere no de palabras groseras, golpes o intimidación en el niño, sino de paciencia, perseverancia, saber poner limites, mucha comunicación, mucho amor y sobre todo, que mamá y papá tengan mucha conciencia y conocimiento del valor que quieren transmitir al niño o niña.

Nuestros hijos son nuestros pequeños discípulos, sedientos de aprender cómo es este mundo, cómo actuar, cómo comportarse o cómo reaccionar en diferentes situaciones. En otras palabras, pequeños discípulos que quieren ser personas de bien para la sociedad y para el mundo. Por eso ellos preguntan, por eso se equivocan, por eso hacen travesuras e intentan ser como los adultos. Un niño nunca intenta contrariar o exasperar a sus padres, sólo intenta aprender. Es por ello que, al igual que lo hace el maestro con su estudiante, es necesario contestarles todas las preguntas con la verdad, tomar tiempo para escucharles, instruirles, valorar sus sentimientos, pensamientos, puntos de vista, de tal manera que los niños sientan que son seres humanos que valen, no por las veces que se equivocan, sino porque son seres humanos, porque son personas.

Es sumamente importante hablar con ellos, no importa que pensemos que ellos todavía no entienden. Es muy importante que nuestros hijos sepan, no sólo el valor que les queremos transmitir, sino cuál es la importancia de ese valor en sus vidas. Los niños necesitan escuchar muchas veces de sus padres qué es lo que se espera de ellos, y los adultos debemos estar conscientes de que para instalar un valor en un niño se necesita paciencia, repetición, consistencia, y sobre todo, muchos abrazos, besos y tiempo.

Por su puesto que a veces es necesario utilizar alguna norma disciplinaria, que se dará como consecuencia de una acto negativo repetitivo. Este comportamiento negativo se podría dar en el niño cuando se da cuenta que sus deseos no son satisfechos en el programa de disciplina seguido por sus padres. En estos casos, el niño debe saber cuál es la consecuencia y por qué la está recibiendo. Este tipo de disciplina va orientado a hacer entender al niño el tipo de comportamiento deseado, pero por ninguna circunstancia debe de ser un castigo físico. Dicho programa debería hacer la diferencia en lo que es un deseo del niño y lo que es una necesidad. No todos los deseos pueden ser satisfechos en un niño, pero sí todas las necesidades. En algunos casos, ellos, los niños, se van a negar a aprender a pescar, pues es más fácil recibir el pescado ya listo para ser comido. Ahí es donde nosotros, los padres de familia, debemos tener presente que no se trata de darles el pescado, sino de enseñarles a pescar.

Por Valentín Araya-Mesén

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