El temperamento es, pues, prácticamente
inalterable. No se puede pasar de un temperamento a otro a no ser que exista a
la vez una modificación fisiológica, lo cual ocurre, por ejemplo, en el caso de
ciertas enfermedades endocrinas. Así, en los trastornos alternantes del
tiroides, vemos que cuando la actividad de dicha glándula aumenta se incrementa
el consumo de energía, se eleva el metabolismo, la persona quema mayor cantidad
de grasas y entonces observamos que la persona tiende a ser más excitable, más
nerviosa, no puede dormir bien, su reactividad psíquica general es más rápida,
ligera y superficial. Sin embargo, cuando por una razón u otra el tiroides
trabaja de un modo más lento, el consumo de grasas disminuye, la persona
empieza a engordar y pasa a ser más calmosa, tranquila, paciente, y con mejor
humor. Paralelamente al cambio fisiológico aparece siempre el correspondiente
cambio de reacción temperamental.
Llegados a este punto, muchas personas nos han
planteado la siguiente pregunta: «Si el temperamento es invariable y si él es
la causa de mis reacciones, ¿entonces no puedo hacer nada para librarme de mis
rasgos negativos, para cambiar mi manera de ser, y he de estar condenado a
vivir siempre como una máquina automática, sujeto a los impulsos más o menos
negativos que surjan de mi estructura temperamental?». A esto debemos contestar
lo siguiente: En primer lugar, el temperamento sólo da tendencias primarias de
tipo muy general, que son susceptibles de adoptar múltiples formas en el mundo
concreto de la vida práctica; por lo tanto, muchas cosas que se achacan al
temperamento no son tales, sino que son productos de reacciones adquiridas en
el curso de la vida y que no han sabido controlarse debidamente. Por lo menos
en toda persona sana, todas las reacciones de origen temperamental son
básicamente positivas, puesto que se derivan de estructuras fisiológicas sanas,
y, dentro de la gama de posibilidades que encierra cada tendencia
temperamental, es función del propio individuo procurar, mediante un tono de
vida elevado, que se manifiesten aquéllas que están más en consonancia con los
valores superiores que ha elegido. Y, por otra parte, dado que el temperamento
está en la base de nuestros procesos psíquicos, sus tendencias se manifestarán
ya en nosotros en la misma forma de valorar las cosas, de modo que, si nos
dejamos guiar por nuestras resonancias profundas, no podremos valorar como
positivas para nosotros cosas que no estén dentro de nuestra línea natural de
desarrollo. Así es que resulta completamente artificial el problema de quien
querría tener otro temperamento. Una de dos: o toma como pertenecientes al
temperamento rasgos caracterológicos que han sido sobreañadidos al mismo, o
está actuando en función de unos valores puramente externos que quiere imitar o
adquirir artificiosamente, ya que «no puede» quererlos de un modo auténtico,
espontáneo, natural.
El temperamento nos da una línea básica de
acción, un estilo natural de reacción que es susceptible de ser desarrollado
hasta sus más altas posibilidades, de modo que se convierta en una firme base
del edificio positivo de nuestra personalidad.