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viernes, 10 de octubre de 2008

COMO ME COMUNICO

¿Cómo me comunico?¿Transmito lo que quiero?D. Fernando Azor Lafarga, Co-director, coordinador de la sección clínica
Comunicarnos con los demás no siempre es fácil. Nuestras emociones, nuestras inseguridades y las de los demás pueden ser frenos para hacer llegar correctamente al otro lo que queremos decir. Sentir que algo es evidente, que llevamos la razón y que así debe entenderlo todo el mundo, nos ayuda a defender ideas y necesidades, pero también nos puede hacer sentir con demasiada frecuencia decepción al ver que los demás no ven la realidad como nosotros lo vemos. Además, la vehemencia con la que defenderemos nuestra visión puede hacer que el otro en vez de atender a nuestros argumentos y reflexionar sobre ellos, se centre más en defenderse y explicarse. Lamentablemente, no siempre los demás nos perciben de la manera que queremos.
Para intentar simplificar la comunicación humana, podemos decir que existen cuatro modos de comunicación esenciales: la agresión, la sumisión, la agresión pasiva y la aserción o asertividad. Cotidianamente intercalamos estos modos, siendo frecuente que tendamos a unos más que a otros. Lo más común es que evitemos la agresión debido al conflicto que ésta genera. Normalmente para evitar el conflicto, tendemos a callarnos lo que pensamos hasta que llega un punto en que no podemos aguantar más y entonces pese a no pretenderlo, acabamos explotando y soltando lo que pensábamos de una forma muy agresiva.
Dependiendo de la cantidad de normas rígidas sobre lo correcto o incorrecto que uno tiene interiorizadas, será más o menos fácil enfadarse cuando los otros rompan esas normas, y de esta forma podremos llegar a un modo de comunicación agresivo. Otras veces, por temor al conflicto, la agresión no es tan directa ni clara sino más sutil, a esto lo llamamos agresión pasiva. Un ejemplo de esta comunicación sería quedarse callado ante preguntas del tipo: “¿Vamos a dar una vuelta?, ¿Estás bien?, ¿Te pasa algo?”. El silencio en estos casos transmite mensajes del tipo “eres tonto”, “paso de ti”, o “no te enteras de nada”; así no se deja claro si uno está enfadado, ni la razón de ese enfado pero sí se transmite malestar
Si queremos conseguir trasladar al otro nuestro malestar, y sugerir cambios, es decir, si queremos que el otro se haga cargo de algo que nos molesta, tendremos que valorar otras posibilidades de comunicación. El mejor tipo de comunicación para este objetivo es la aserción o asertividad, es decir, expresar lo que sentimos de una forma abierta y clara sin coaccionar. El problema es que hablar de una forma abierta y clara a veces lleva al conflicto, por eso puede ser complicado defender una necesidad.
Muchas veces esperamos que sean los otros los que se den cuenta de nuestras necesidades, y si no lo hacen parece que nos dan el derecho a enfadarnos y a solicitarlo por medio de conductas más agresivas. Éstas muchas veces son eficaces pero pueden desgastar la relación. La opción asertiva creo que es realmente interesante pero sólo si se comprendemos que no garantiza que el otro vaya a cambiar o a estar de acuerdo con lo que nosotros necesitamos. Es decir, en ocasiones esta opción conlleva cierto conflicto. Aun así con la asertividad quedará claro cuál es la opinión o el deseo que uno tiene, pudiendo defenderlo sin caer en la agresión.
Así pues, si lo que queremos es no tener conflictos lo mejor es ser sumisos, si bien es cuestión de tiempo que acabemos estallando hacia fuera o hacia dentro a fuerza de aguantar.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Aspectos cognitivos,emocionales,genéticos y diferenciales de la Timidez

Cano Vindel, A.; Pellejero, M.; Ferrer, M. A.; Iruarrizaga, I. y Zuazo, A.Universidad Complutense de Madrid (Spain)

UNA APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE TIMIDEZ
Cuando un niño de apenas dos años está jugando tranquilamente en su casa y llega una visita, una persona desconocida para el niño, éste puede reaccionar con una respuesta de inhibición comportamental, escondiéndose tras su madre, dejando de jugar, de hablar, escondiendo su cara,... Cuando este niño, ya adolescente, se encuentra en otra situación novedosa, como es estar con una chica que le gusta, puede reaccionar de una manera similar: con rubor, inseguridad, temor, falta de confianza en sí mismo, con dificultad para entablar una conversación,... En ambos casos, este tipo de comportamientos pueden ser calificados en el lenguaje coloquial de timidez. ¿Pero, qué es la timidez?. ¿Cómo podemos entender todos estos aspectos de la timidez?.
A nivel coloquial el término "timidez" es ampliamente utilizado para hacer referencia al malestar experimentado en presencia de personas desconocidas. Desde un punto de vista etimológico, el término timidez procede del latín timidus, que significa temeroso. La Real Academia Española, define el término tímido haciendo referencia a un individuo "temeroso, medroso, encogido y corto de ánimo" (R.A.E., 1992).
Sin embargo, a pesar de ser un concepto aparentemente bien definido y establecido popularmente, en el ámbito científico constituye un concepto ambiguo y poco diferenciado de otros tales como introversión, inhibición comportamental o ansiedad social. Además, nos encontramos con que la timidez constituye una realidad que engloba diferentes dimensiones, tales como el miedo o temor, la inseguridad, la baja autoestima, la dificultad para relacionarse con los demás, el retraimiento, suspicacia, cautela, tensión, activación, etc. ¿Es un rasgo de personalidad, o sinónimo de introversión?, ¿se trata de una reacción o estado emocional?, ¿es un sinónimo de ansiedad social?.
Definición y tipos
Dentro del ámbito de la psicología, los diferentes autores han definido la timidez como "la tendencia a evitar interacciones sociales y a fracasar a la hora de participar apropiadamente en situaciones sociales" (Pilkonis, 1977a, p. 585); ansiedad y disconfor con situaciones sociales, particularmente en aquéllas que implican evaluación por parte de la autoridad, "auto-observación de sí mismo, infelicidad, inhibición, preocupación sobre sí mismo..." (Crozier, 1979, p. 121); reacción de tensión, preocupación, sentimientos de incomodidad y disconfor e inhibición del comportamiento social normalmente esperado (Buss, 1980); disconfor, inhibición, y respuestas de ansiedad, auto-observación de sí mismo, y reticencia en presencia de los otros (Jones, Briggs y Smith, 1985).
Algunos autores señalan la existencia de diferentes tipos o dimensiones de timidez. Uno de los primeros en establecer una clasificación de los sujetos tímidos fue Zimbardo (1977), quien distinguió tres grupos: el primero incluye a aquellos individuos que no temen la interacción social, simplemente prefieren estar solos, sintiéndose más cómodos con sus ideas y sus objetos inanimados que con la gente; el segundo grupo hace referencia a aquellos sujetos con baja confianza en sí mismos, pobres habilidades sociales y sentimientos de vergüenza que hacen que eviten el contacto con los demás; y el tercero integra a aquellos individuos que se sienten atemorizados ante la posible no consecución de sus expectativas sociales y culturales.
Por otro lado, Zimbardo y Radl (1985) se refieren a la timidez como un mecanismo de defensa que permite a la persona evaluar situaciones novedosas a través de una actitud de cautela con el fin de responder de forma adecuada a las demandas de la situación. Así mismo, Buss (1986) distingue entre la timidez ligada al miedo a los demás (fearful shyness) y la relacionada con la auto-observación (self-conscious shyness). La timidez ligada al miedo a los demás surge durante el primer año de vida del niño, se manifiesta a través de la ansiedad provocada por la inseguridad ante la presencia de extraños, normalmente adultos, y se caracteriza por un elevado arousal autonómico, una marcada inhibición comportamental y preocupaciones excesivas por el miedo a ser evaluados negativamente por otros. La timidez relacionada con la auto-observación surge a partir de los 4-5 años cuando el niño toma conciencia de sí mismo como un ente social expuesto a la evaluación crítica de los demás, y se caracteriza por un bajo arousal fisiológico y una preponderancia de cogniciones centradas en la evaluación negativa, así como cierta inhibición comportamental, aunque menos que la que se manifiesta en el primer grupo.
Timidez, introversión e inhibición comportamental
Tradicionalmente, el concepto de timidez ha estado, y sigue estando, asociado a otros como la introversión y la inhibición comportamental. En este sentido, una correcta conceptualización de los mismos nos permitirá una mejor delimitación del concepto de timidez.
Timidez e introversión
Jones et al.. (1985) entienden la timidez como un rasgo de personalidad relacionado principalmente con situaciones de amenaza interpersonal y señalan que un individuo caracterizado por un alto rasgo de timidez experimentará un mayor grado de activación que otro con un rasgo menor, independientemente del nivel de amenaza interpersonal de la situación. Así mismo, estos autores establecen que el miedo a la evaluación negativa, relacionada con situaciones sociales, está en la base de la timidez. Se trataría de una característica individual, de un rasgo general de personalidad, que se activa en situaciones de amenaza interpersonal, y que es relativamente independiente de la intensidad de las situaciones.
De modo similar a lo propuesto por Jones et al. (1985) al considerar la timidez como una predisposición o rasgo temperamental, y partiendo el modelo de personalidad desarrollado por Eysenck (1944), la introversión se entiende como una dimensión de personalidad que agrupa las características de sujetos tranquilos, reservados, introspectivos, retraídos, distantes con los demás excepto con los amigos íntimos, cautelosos y con elevado control emocional (Biederman, Rosenbaum, Hirshfeld, Faraone, Bolduc, Gersten, Meminger, Kagan, Snidman y Reznick, 1990).
Las características de la personalidad introvertida ya se observan a la edad de 1 año, e incluso pueden aparecer en los primeros meses de vida, y continúan siendo evidentes durante la infancia, manifestándose a través de conductas de inhibición ante los objetos y experiencias desconocidas (Stassen y Thompson, 1997). Así mismo, para algunos autores (Amies, Gelder y Shaw, 1983; Watson, Clark y Carey, 1988; Salaberría y Echeburúa, 1998) la introversión constituye un factor de vulnerabilidad de cara al desarrollo de ciertos trastornos de ansiedad, en especial de ansiedad social.
En cuanto a su etiología, ya en 1967 Eysenck señaló la existencia de una posible base biológica para la introversión, relacionada con el sistema reticular y el sistema límbico. Posteriormente, Kagan (1989) sugirió la posibilidad de que pudieran existir genes responsables de un patrón de respuestas típico del individuo introvertido ante los estímulos novedosos.
Según lo expuesto, el introvertido compartiría muchas de sus características con el tímido, y ello tanto en relación con el patrón de respuestas dado ante lo desconocido como, tal y como se verá más adelante, en cuanto a su carácter de factor de riesgo para el desarrollo de una misma patología y a su posible base genética. En esta línea, autores como Eysenck (1982) proponen que altos niveles de introversión se asocian con la timidez y, así mismo, con el desarrollo de ciertos trastornos de ansiedad.
Sin embargo, queremos destacar algunas diferencias entre la timidez y la introversión. En primer lugar, si bien ambas se caracterizan por el mismo patrón de respuesta dado en situaciones sociales novedosas, el comportamiento introvertido no se circunscribe a este tipo de situaciones. En este sentido, la timidez posee más bien un carácter de reacción específica, mientras que la introversión tiene más que ver con un comportamiento generalizado. En segundo lugar, la timidez se haya más limitada en el tiempo, en tanto que la introversión tiene un carácter más estable. En tercer lugar, la timidez está más relacionada con la ansiedad evaluativa, así como con la vergüenza y el rubor (es decir, con el sentimiento y la reacción fisiológica) que la introversión.
Timidez e inhibición comportamental
Kagan, Reznick y Snidman (1988) definieron bajo el término de "inhibición comportamental ante lo no familiar" el comportamiento de aquellos niños que, en condiciones de laboratorio, respondían ante los estímulos no familiares con una excesiva activación simpática y con una conducta de evitación. Algunas de las conductas mostradas por estos niños ante personas u objetos extraños fueron el cese del habla, el retraimiento, o el aislamiento. Años más tarde, Kagan, Snidman y Arcus (1992) plantean que este constructo temperamental puede ser detectado en edades de desarrollo tempranas, en concreto a la edad de 4 meses.
Estos autores defienden, la existencia de dos tipos de temperamento infantil: la "inhibición conductual ante lo no familiar", definido como un patrón de inhibición social y timidez, con correlatos fisiológicos de ansiedad o arousal elevado y el temperamento "conductualmente desinhibido", considerando la presencia o ausencia de conductas de evitación ante objetos o personas no familiares o extrañas como elemento diferenciador entre ambos. Así mismo, plantean incluso que las diferencias encontradas entre las reacciones fisiológicas de los niños (inhibidos y desinhibidos) pueden deberse a diferencias en el sistema límbico, sugiriendo con ello la existencia de una posible base hereditaria en la inhibición comportamental.
Yendo más allá, algunos autores plantean que si este patrón de conducta se mantiene estable, o se combina con una historia familiar de patología de ansiedad, puede dar lugar al desarrollo de trastornos de ansiedad (Rosembaum, Biederman, Gersten, Hirshfeld, Meminger, Herman, Kagan, Reznick y Snidman, 1988; Kagan et al., 1988; Biederman, 1990; Biederman et al., 1990; Rosenbaum, Bierderman, Bolduc, Hirshfeld, Farone y Kagan, 1992; Biederman, Rosembaum, Bolduc-Murphy, Faraone, Chaloff, Hirshfeld y Kagan, 1993; Biederman, Rosembaum, Chaloff y Kagan, 1995) y en concreto, de ansiedad social o fobia social (Rosenbaum, Biederman y Hirshfeld, 1991, Kagan et al., 1992; Rosembaum, Biederman, Pollock y Hirsfeld, 1994).
En esta línea, Turner, Beidel y Wolff (1996) realizan una revisión de los estudios centrados en la inhibición social y sugieren que un patrón estable de inhibición comportamental puede incrementar el riesgo de padecer trastornos de ansiedad, y especialmente de aquellos relacionados con la ansiedad social y la ansiedad evaluativa. Así mismo, Mick y Telch (1998) señalan que la historia de inhibición comportamental en la infancia se asocia con síntomas de fobia social en la edad adulta, sugiriendo, además, que la inhibición comportamental infantil se asocia más fuertemente a la ansiedad social que a otros trastornos de ansiedad.
Como conclusión, y en relación con las semejanzas y diferencias existentes entre los términos introversión, inhibición comportamental ante lo no familiar y timidez, podemos establecer que tanto la introversión, como la inhibición comportamental y la timidez, hacen referencia a rasgos del temperamento que determinan un patrón de respuesta típico ante objetos o personas desconocidas, que constituyen factores de riesgo para el desarrollo de trastornos de ansiedad, y en concreto, de ansiedad social.
Todas estas características compartidas hacen que exista una confusión terminológica en la utilización de estos conceptos en la literatura psicológica. Ahora bien, según lo expuesto a lo largo de este punto, timidez, introversión e inhibición comportamental poseen entre sí características que hacen que se las considere entidades independientes, si bien íntimamente relacionadas.
HEREDABILIDAD VERSUS APRENDIZAJE DE LA TIMIDEZ
En relación con la etiología de la timidez tradicionalmente han existido dos posturas contrapuestas (aquélla que defiende una supuesta base hereditaria y la que enfatiza el factor aprendizaje como determinante en el desarrollo de la misma) que, a su vez, han ido entroncándose a medida que ha avanzando la investigación en este ámbito.
Del mismo modo que en el caso de la introversión y a la inhibición conductual, algunos autores sugieren la existencia de correlatos neurobiológicos para la timidez. Horn, Plomin y Rosenman (1976) concluyeron, a través del estudio con gemelos, que la timidez constituye un rasgo más heredable que otros rasgos de personalidad. Posteriormente, a partir de investigaciones realizadas con gemelos univitelinos y bivitelinos, diversos autores apoyan también la hipótesis de una transmisión genética de la timidez (Torgensen, 1979; Cheek y Zonderman, 1983 y Plomin y Daniels, 1986).
Sin embargo, Kagan y Reznick (1986) señalan que, solamente algunos niños nacen con cierta vulnerabilidad genética y que no todos los niños etiquetados como tímidos lo son como resultado de una predisposición temperamental. El hecho de nacer con esta predisposición hace más probable que el niño llegue a ser tímido, dado que los patrones temperamentales han demostrado estar relacionados con tipos de conducta posteriores. En esta línea, un niño con un determinado patrón de temperamento desarrollará un trastorno psicológico en función de la actitud de los padres ante el estilo de conducta del niño (Alexander, Roodin y Gorman, 1991). Otros autores proponen también que, aunque el rasgo de timidez pueda ser heredado, este puede ser exacerbado o modificado a partir de las interacciones que el niño tenga con los otros (Emde, Robert, Plomin, Robinson, Corley, DeFries, Fulker, Reznick, Campos, Kagan y Zahn-Waxler, 1992 y Robinson, Kagan, Reznick y Corley, 1992), pero que, aun cuando los niños puedan aprender un comportamiento social adecuado a través del modelado de interacciones sociales por parte de sus padres, solamente un escaso número de niños etiquetados como tímidos en su primer año de vida será capaz de llegar a convertirse en sujetos extravertidos a la edad de 7 años (Kagan, 1989 y Galvin, 1992).
En esta línea, las experiencias sociales aprendidas modifican pautas de conducta genéticamente determinadas (Cheek y Buss, 1981) y numerosos comportamientos se pueden adquirir a través del aprendizaje social mediante la observación de modelos (Bandura, 1987), de forma que padres extravertidos pueden modelar conductas exitosas socialmente en sus hijos tímidos y padres tímidos o poco sociables pueden provocar que sus hijos desarrollen conductas de timidez. Así mismo, otras experiencias pueden incidir en el origen y mantenimiento de la timidez, por ejemplo, el sentirse rechazado por los compañeros puede originar comportamientos de timidez en el niño o el padecimiento de enfermedades o anomalías que afecten a la imagen física también pueden determinar el surgimiento de la timidez (Echeburúa, 1993).
Una de las causas considerada como más relevante para que una persona llegue a ser tímida es la falta de vivencias sociales. Así, el aislamiento social durante la infancia perturba enormemente el normal desarrollo de la expresión emocional (Gray, 1993). En los sujetos tímidos es frecuente encontrar parientes que también lo son, tal y como demostraron Rosenbaum et al. (1991) en un estudio en el que encontraron una correlación del 80% entre el padecimiento de altos niveles de ansiedad interpersonal en los padres y conductas de timidez en los hijos.
Por el contrario, la riqueza de vivencias sociales parece disminuir la incidencia de las conductas de timidez. En esta dirección apuntan los resultados de un estudio llevado a cabo por Buss (1986) en hijos del personal del ejército americano. En él se demostró que estos niños manifestaban una tasa de timidez más baja que los niños de la población general cuando alcanzaban la adolescencia o la edad adulta. Como concluye el autor, posiblemente las frecuentes mudanzas habían facilitado en estos niños el desarrollo de un cierto desenvolvimiento en sus relaciones interpersonales.
En suma, podemos conceptualizar la timidez como un rasgo del temperamento, con todo lo que ello implica, es decir, algo estable, presumiblemente heredado, que aparece de forma temprana en la vida del niño, observable en una gran variedad de situaciones sociales y que probablemente determina el posterior desarrollo de la personalidad, la emocionabilidad y la conducta social. A pesar de todo, puede llegar a ser modificado por el aprendizaje resultante tanto de la observación de la conducta de los padres como de las experiencias vividas por el niño a lo largo de su infancia.
TIMIDEZ, FOBIA SOCIAL Y ANSIEDAD SOCIAL
La fobia social, se define como un trastorno caracterizado por "un temor acusado y persistente a una o más situaciones sociales o de actuación en público en las que la persona se ve expuesta a gente desconocida o al posible escrutinio por parte de los demás" (APA, 1994).
A partir de los datos del National Comorbidity Survey (realizado entre 1990 y 1992), Magee, Eaton, Wittchen, McGonagle y Kessler (1996) señalan que la fobia social afecta a un 13.3% de la población general, representando el tercer trastorno de mayor frecuencia en los Estados Unidos. Las consecuencias del trastorno se extienden a todos los ámbitos de la vida del individuo, tales como el social, el académico o el laboral.
Ahora bien, aun siendo uno de los trastornos más frecuentes y pese a lo incapacitante que resulta para el individuo que lo padece, es un trastorno que recibe escasa atención en la práctica clínica. Según Hirshfeld (1995), la confusión entre fobia social y timidez extrema ha llevado consigo la infravaloración del trastorno y la consecuente menor demanda de tratamiento especializado. En esta línea, síntomas de un trastorno de fobia social pueden ser interpretados por las personas que lo padecen como manifestaciones de una timidez extrema, no acudiendo por ello a tratamiento (Cervera, Roca, Bobes, 1998). El conocimiento de los límites entre fobia social y timidez puede influir, por tanto, en que una persona reciba tratamiento o no, aunque es obvio que también va a influir de manera importante la propia naturaleza del trastorno de ansiedad social, que dificulta a quien lo padece la exposición ante una situación social, y más aún para hablar de sus problemas frente a un especialista.
Debido a la confusión existente entre ambos conceptos, autores como Kastschning (1996) destacan la necesidad de separar la fobia social de la ansiedad social normal o timidez, tal y como él la denomina, con el fin de poder llegar a aplicar a cada problemática el tratamiento más adecuado. Por ello, hemos considerado oportuno llevar a cabo una revisión de los estudios realizados en este ámbito de cara a obtener una mejor delimitación de las semejanzas y diferencias entre ambos conceptos.
En un interesante trabajo, Turner, Beidel y Townsley (1990) estudiaron la relación entre fobia social y timidez, comparándolas en función de seis dimensiones: respuestas fisiológicas, cognitivas y comportamentales, funcionamiento diario, curso clínico y características de inicio, concluyendo que fobia social y timidez poseen en común una serie de características fisiológicas y cognitivas. Por un lado, los individuos fóbicos sociales experimentan intensos síntomas de ansiedad somática tales como rubor, tensión muscular, palpitaciones, temblores y sudoración en situaciones sociales. Tales síntomas también aparecen en la timidez, aunque en menor grado. Por otro, el miedo a la evaluación negativa por parte de los otros constituye el principal componente cognitivo tanto para los individuos fóbicos sociales como para los únicamente tímidos.
Resultados similares habían sido ya señalados en otros estudios previos (Hauk, 1967; Pilkonis, 1977b; Crozier, 1979 y Jones et al., 1985) y han sido confirmados en estudios posteriores. Por ejemplo, Bech y Angst (1996) señalan que la calidad de vida del sujeto, medida en términos de bienestar subjetivo o satisfacción, se encuentra disminuida tanto en la fobia social como en la timidez, y Cervera et al. (1998) establecen que la fobia social y la timidez comparten la misma base, a saber, un temor a las relaciones sociales y un miedo exagerado a las críticas.
Así mismo, diferentes autores señalan que la timidez constituye un factor de vulnerabilidad en el desarrollo del trastorno de fobia social. Marks y Gelder (1966) encontraron que más del 50% de los sujetos fóbicos sociales de su estudio informaban de conductas de timidez durante su infancia. Turner et al. (1990), destacan que, aun estableciendo síntomas comunes entre la fobia social y la timidez, la timidez constituye más bien un factor precursor de la fobia social que una versión moderada de la misma, entre otras cosas porque el inicio de la timidez es más temprano y en muchos casos transitorio. Por otro lado, en un estudio reciente llevado a cabo por Cooper y Eke (1999) los autores sugieren la existencia de una asociación entre timidez infantil y fobia social dado que un alto porcentaje de las madres de los niños tímidos informaron sufrir o haber sufrido fobia social.
Yendo más allá, Salaberría y Echeburúa (1998) plantean que la timidez constituye un factor biológico de vulnerabilidad a la fobia social, así como un factor de vulnerabilidad psicológica si nos encontramos ante formas extremas de timidez. Ahora bien, la relación entre el padecimiento de la timidez y el desarrollo de una posterior fobia social requiere ser matizada. De acuerdo a los resultados de los estudios realizados por Townsley, Turner, Beidel y Calhoun, (1995), existe una relación entre timidez y fobia social generalizada (incluyéndose también como variable determinante la introversión), pero no entre timidez y fobia social específica o discreta, debido a que para el desarrollo de una fobia social específica se consideran como factores determinantes las experiencias traumáticas (Ost y Hugdahl, 1981; Ost, 1987; Townsley et al., 1995; Turner et al., 1996).
Ahora bien, a pesar de las dificultades existentes a la hora de realizar un diagnóstico diferencial entre fobia social y timidez, existen también toda una serie de características y criterios que los diferencian. En esta línea, una de las primeras diferencias establecidas entre fobia social y timidez es la de su prevalencia entre la población general y, en este sentido, la tasa de prevalencia de la timidez es considerablemente más alta que la de la fobia social (Zimbardo, 1977).
Así mismo, Turner et al. (1990), López-Ibor y Gutiérrez (1997) y Cervera et al., (1998) establecen las diferencias entre la fobia social y la timidez en torno al grado de interferencia en el acontecer diario (alto para el fóbico social y bajo para el tímido), la edad de inicio (mitad de la adolescencia para la fobia social y 21 meses para la timidez), el curso (crónico, estable e incesante para la fobia social y transitorio para la timidez), y las conductas de evitación (más frecuentes y de mayor gravedad en la fobia social). Para una revisión sobre las variables que afectan al curso y pronóstico de la fobia social véanse los trabajos de Amies et al., 1983; Marks, 1985; Turner y Beidel, 1989 y Turner et al., 1990; mientras que las investigaciones que se centran en el curso y pronóstico de la timidez pueden verse en Zimbardo, Pilkonis y Norwood, 1975, así como en Bruch, Giordano y Pearl, 1986.
Según el diagnóstico diferencial que establece el D.S.M-IV (APA, 1994), la timidez surgida en reuniones sociales con personas que no pertenecen al ámbito familiar no puede ser considerada como fobia social, a no ser que determine el deterioro de las actividades de la persona o un malestar clínicamente significativo. Así mismo, es muy frecuente que aparezca ansiedad ante acontecimientos sociales, especialmente cuando se encuentran en ambientes fuera del marco familiar. Ahora bien, para establecer el diagnóstico de fobia social (o ansiedad social patológica) es preciso determinar si estas conductas se dan también con niños de su misma edad y durante más de seis meses. Las diferencias y semejanzas entre la timidez y la fobia social dependen por lo tanto de toda una serie de variables que se resumen en las tablas 1 y 2.
La confusión existente entre timidez y fobia social se extiende también a otro concepto íntimamente relacionado con éstos como es la ansiedad social. En esta línea, autores como Crozier (1982) y Katschning (1996) entienden la timidez como una forma de ansiedad social (e incluso este último hace referencia a la timidez como "ansiedad social normal"), mientras que otros sostienen que ambos conceptos constituyen una misma realidad, debido a que las escalas de timidez y ansiedad social utilizadas en su estudio medían el mismo constructo (Anderson y Harvey, 1988).
TABLA 1Diferencias entre fobia social y timidez.
VARIABLES
FOBIA SOCIAL
TIMIDEZ
AUTORES
Epidemiología
Menor
Mayor
Zimbardo, 1977
Inicio
Adolescencia
1-2 años
Turner et al., 1990
Curso
Crónico
Transitorio
Zimbardo et al., 1975Amies et al., 1983Brunch et al., 1986Tuner y Beidel, 1989Turner et al., 1990
Nivel de incapacidad
Alto
Moderado
Turner et al., 1990Cervera et al., 1998
Interferencia actividades diarias
Alto
Bajo
López-Ibor y Gutiérrez, 1997
Situaciones temidas
Limitadas y no limitadas
No limitadas
D.S.M..- IV, 1994
Conductas de evitación
Frecuentes y graves
Poco frecuentes
Turner et al., 1990
Grado de heredabilidad
No

Plomin y Daniels, 1986

TABLA 2Semejanzas entre fobia social y timidez
VARIABLES
AUTORES
Baja calidad de vida
Bech y Angst, 1996
Síntomas de ansiedad somática: rubor, tensión muscular, palpitaciones, temblores y sudoración
Turner et al, 1990Bech y Angst, 1996
Síntomas de ansiedad cognitiva: miedo a la evaluación negativa y temor a las relaciones sociales
Turner et al., 1990

Ahora bien, ya en la década de los cuarenta se establecía la distinción entre neurosis social y timidez centrándose para ello en variables tales como la intensidad de la ansiedad experimentada en situaciones sociales (mayor en la ansiedad social que en la timidez), al tiempo que se consideraba a la timidez como posible factor determinante en el desarrollo temprano de la neurosis social (Myerson, 1944). En esta línea, Sandler, De-Mounclaux y Dixon (1958) establecieron que, aun cuando ambos términos podían compartir toda una serie de estímulos y situaciones desencadenantes, constituían realidades diferenciadas entre sí, opinión así mismo compartida por Pilkonis (1977a).
La ansiedad social aparece como un elemento común en el trastorno de fobia social y en la timidez, si bien la fobia social se diferencia de ambos tanto por su cronicidad como por el grado severo de interferencia que ejerce en el rendimiento académico o laboral y/o en las relaciones sociales habituales. Así mismo, aun cuando la ansiedad social constituye un elemento central en la fobia social, este trastorno se caracteriza fundamentalmente por las conductas de evitación que esta ansiedad genera. En este sentido, una de las razones por las cuales el término fobia social puede llegar a ser sustituido por el de "trastornos por ansiedad social" en próximas revisiones de los sistemas clasificatorios actuales (DSM-IV y CIE-10) se basa en que uno de los síntomas definitorios de la fobia social, a saber, la existencia de conductas de evitación de las situaciones sociales temidas, no aparece en un alto porcentaje de sujetos diagnosticados como fóbicos sociales (Pérez Pareja, 1999).
En suma, si bien timidez, fobia social y ansiedad social comparten el mismo temor a las situaciones de interacción social, así como el miedo desproporcionado a la evaluación negativa por parte de los demás, no pueden considerarse una misma problemática dado que poseen características propias que las hacen entidades independientes.
CONCLUSIONES
A lo largo de este trabajo se ha intentado conceptualizar el término "timidez" llevando a cabo una revisión actualizada. Además, hemos intentado diferenciar timidez de otros términos relacionados: por un lado, analizando las diferencias existentes entre éste y un rasgo de personalidad, la introversión e inhibición comportamental, y por otro, a través de las semejanzas y diferencias mantenidas con el trastorno de fobia social y la ansiedad social.
En relación con los términos timidez, introversión e inhibición comportamental, éstos son considerados por muchos autores como rasgos del temperamento, atributos de personalidad o estilos de comportamiento, con una base biológica, que determinan un patrón de respuesta típico ante objetos o personas no familiares. Dicha predisposición o rasgo temperamental puede determinar una mayor vulnerabilidad a desarrollar una timidez u otros trastornos relacionados con ésta (trastornos por ansiedad, y en concreto social), dado que los patrones temperamentales están relacionados con tipos de conducta posteriores.
En cuanto a la relación existente entre timidez y fobia social, las diferencias entre ambas son evidentes, tanto en cuanto a epidemiología, edad de inicio, curso y pronóstico, nivel de incapacidad y de interferencia en las actividades diarias, conductas de evitación, situaciones temidas y grado de heredabilidad. Dichas diferencias nos llevan a plantear que la fobia social, más que considerarse una forma extrema de timidez, constituye una entidad nosológica diferenciada e independiente, lo cual no implica que la timidez no pueda considerarse un factor de riesgo en el desarrollo de trastornos por ansiedad social, en concreto de la fobia social generalizada, pero no de la fobia social específica (Townsley et al., 1995).
Así mismo, la timidez puede ser entendida como una forma de "ansiedad social normal" (en cuyo caso podríamos referirnos a la fobia social como "ansiedad social patológica"), si bien existen diferencias entre ambas problemáticas, en concreto centradas en el grado o intensidad de la ansiedad experimentada en las situaciones de interacción social (menor en el caso de la timidez), hecho que no implica que la timidez no puede considerarse como un posible factor de riesgo en el desarrollo temprano de la ansiedad social. En cuanto a la relación existente entre fobia social y ansiedad social, podemos considerar la presencia y mayor frecuencia de conductas de evitación de las situaciones sociales temidas como el aspecto diferenciador entre ambas.
Para concluir, e intentando ofrecer una conceptualización lo más completa posible de la timidez, podríamos definir ésta como una reacción primaria ante situaciones sociales novedosas, que implica una actitud de cautela, una clara inhibición comportamental (retirar la mirada, no hablar, no actuar, interrumpir el comportamiento,...) y una cierta activación fisiológica (principalmente ruborización), reacción que permite evaluar la situación, el comportamiento de los demás y el propio, al mismo tiempo que permite también protegerse de las demandas de la situación. Cuando dichas demandas exigen al individuo dar una respuesta, y romper así su inhibición, se incrementa el nivel de activación fisiológica, lo que puede desencadenar una reacción de vergüenza, que se caracteriza por sentimientos de malestar y sensación de estar haciendo el ridículo.
En individuos con alto rasgo específico de ansiedad ante situaciones sociales se puede dar además una reacción específica de ansiedad, con preocupación, temor, mayor activación fisiológica (sudoración, temblor, etc.) y evitación de la situación. Por otro lado, se han encontrado diferencias de género en cuanto a las causas que provocan una reacción o comportamiento de timidez; sin embargo, no parecen existir diferencias de género en la expresión de estos comportamientos (Kim, 1996).