La personalidad es la resultante de la continua
interacción de los siguientes factores:
1. Herencia biológica. Concretizada
principalmente en la constitución física, de la que se derivan las tendencias
temperamentales, y en los impulsos o necesidades biológicas.
2. Ambiente. Constituido por el conjunto de
personas, cosas, instituciones, situaciones y valores que ejercen una
influencia, activa o pasiva, en la formación o desarrollo del individuo.
3. Nivel de conciencia o madurez psicológica,
gracias a la cual el individuo es capaz de seleccionar entre los múltiples
estímulos internos y externos que constantemente actúan en él, aquellos que
están más en consonancia con los valores aceptados conscientemente. Esta
capacidad de selección deliberada de motivaciones es precisamente la que eleva
al hombre por encima de los animales, ya que éstos actúan siempre mediante una
selección mecánica de estímulos.
En esta facultad de conocer reflexivamente y
de poder elegir, aun dentro de un círculo limitado, reside la libertad del
hombre y la posibilidad de su autoperfeccionamiento. La mayor parte de
acciones, no obstante, no son fruto del ejercicio de esta facultad, como
veremos más adelante, sino que son consecuencia de la reacción mecánica de la
inercia de sus procesos psíquicos frente a la situación–estimulo de cada
momento.
El hombre, pues, aunque puede vivir de un modo
relativamente libre y autodeterminado, vive de hecho, casi siempre de un modo
mecánico, esto es, determinado por la naturaleza de sus impulsos, por los
condicionamientos de sus experiencias y por los diversos estímulos que actúan
sobre él desde el exterior. Por esta razón es posible estudiarlo, prever su
conducta y hasta producir modificaciones a voluntad, en muchas de sus futuras
reacciones.