domingo, 4 de enero de 2009

MATRIMONIO

MATRIMONIO, LA UNIÓN MÁS PROVECHOSA
[Revista Nro.85 Por Aceprensa
¿Da lo mismo el matrimonio que la mera cohabitación? ¿No hay diferencia entre crecer en una familia monoparental o ser criado por los dos padres? Muchas veces se presentan estas situaciones como meros estilos de vida alternativos, que la sociedad debe tratar por igual. Pero un buen número de investigaciones han puesto de relieve los beneficios que el matrimonio aporta a las familias y a la sociedad, lo que justifica que sea tratado como una opción social preferente. En Estados Unidos, un grupo de investigadores sociales ha sintetizado en la publicación Why Marriage Matters las conclusiones de decenas de estudios sociológicos sobre este tema. Resumimos algunas.


Why Marriage Matters intenta condensar en 21 conclusiones, apoyadas en 93 citas bibliográficas, las numerosas investigaciones científicas disponibles, para proporcionar documentación útil a los ciudadanos que participan en los debates sobre la familia, y para informar de la importancia del matrimonio en la sociedad. Los autores advierten que la sociología es una buena herramienta para esclarecer si determinados hechos sociales son ciertos, pero no siempre explica por qué son ciertos. Por eso, en muchos casos no se puede demostrar que el matrimonio sea la causa principal o única de las ventajas sociales que lo acompañan, pero sí afirmar con seguridad que el matrimonio tiene mucho que ver.

Para responder a preguntas como “¿el divorcio es la causa de la pobreza o más bien ocurre que los pobres se divorcian en mayor proporción?”, la buena sociología intenta distinguir entre relaciones causales y meras correlaciones. “De ahí que, cuando en nuestra opinión hay pruebas aplastantes de que el matrimonio ocasiona un incremento del bienestar, así lo hacemos constar. En los casos en que la relación causa-efecto no es tan clara, somos más cautos”.

El informe también recuerda que las ciencias sociales dan respuesta satisfactoria a preguntas generales (“Los elevados porcentajes de divorcio y nacimientos fuera del matrimonio, ¿influyen en la reducción general del bienestar de los hijos?”), pero no a las preguntas que se hacen las parejas (“En mis concretas circunstancias, ¿el divorcio será beneficioso o perjudicial para mis hijos?”).

A pesar de estos límites y de que en las dos últimas generaciones ha crecido mucho la aceptación social del divorcio, de la cohabitación, de las relaciones sexuales prematrimoniales y del nacimiento de hijos fuera del matrimonio, la investigación llega a una conclusión fundamental: “El matrimonio es un bien social importante, vinculado con un impresionante catálogo de consecuencias positivas tanto para los niños como para los adultos”. A continuación presentamos algunos de los datos que avalan esa tesis.

Relaciones entre padres e hijos
El matrimonio favorece las buenas relaciones entre padres e hijos. Aunque no estar casado afecta por igual a padres y madres en este sentido, los estudios señalan que las madres solteras tienen más conflictos con sus hijos, y los supervisan menos, que las casadas.

Al llegar a adultos, los hijos de parejas casadas aseguran, por regla general, disfrutar de mayor unión con sus madres que los hijos de parejas divorciadas. En un estudio sobre una muestra representativa de la población de Estados Unidos, el 30% de los jóvenes de padres divorciados afirmaban tener malas relaciones con sus madres, frente al 16% de los hijos cuyos padres seguían casados.

La relación con el padre corre un riesgo todavía mayor. El 65% de los jóvenes de padres divorciados tienen malas relaciones con ellos, mientras que si el padre sigue casado, la proporción es el 29%. En general, los niños cuyos progenitores se divorcian o no se casan ven a sus padres con menor frecuencia, y sus relaciones con ellos son menos cordiales que las existentes entre hijos y padres cuando estos están casados y mantienen el vínculo. El divorcio parece tener efectos más negativos sobre las relaciones entre padre e hijos que el proseguir un matrimonio infeliz (2).

Mayor seguridad económica
La cohabitación no es el equivalente funcional del matrimonio. En conjunto, los miembros de parejas de hecho en Estados Unidos se asemejan más a las personas solteras que a las casadas, por lo que respecta a salud física, bienestar emocional, salud mental, patrimonio e ingresos.

Algo similar se observa en los hijos de estas parejas: por su situación se parecen más a los hijos de familias monoparentales (o de padres que han vuelto a casarse después de un divorcio) que a los de padres casados y no divorciados.

El matrimonio es una especie de seguro contra la pobreza de madres e hijos. Las investigaciones han mostrado de forma sistemática que tanto el divorcio como el tener hijos fuera del matrimonio hace que madres e hijos queden más desprotegidos económicamente. La influencia de la estructura familiar sobre la situación económica es considerable, aun después de descontar los efectos de otros factores, como la raza o los antecedentes familiares.

Los cambios en la estructura familiar son una causa importante de que las personas caigan en la pobreza (si bien el descenso de los ingresos del cabeza de familia es la primera de todas). Lo que más hace subir la tasa de pobreza infantil es el aumento de familias monoparentales. Cuando los padres no se casan o el matrimonio se rompe, es más probable que los hijos sufran pobreza grave y persistente.

La mayoría de los hijos extramatrimoniales pasan al menos un año en situación de pobreza extrema (ingresos familiares por debajo de la mitad del mínimo oficial). El divorcio, además del nacimiento de hijos fuera del matrimonio, tiene parte en ello: entre una quinta y una tercera parte de las mujeres que se divorcian caen en la pobreza tras la ruptura.

Por término medio, los matrimonios crean más riqueza que las parejas de hecho o las familias monoparentales, en todos los tramos de renta. No es sólo porque los matrimonios pueden contar con dos fuentes de ingresos; también se debe a algunas de las razones que hacen a los consorcios, en general, económicamente más eficientes: economías de escala, especialización, intercambio...

Asimismo parece influir que el matrimonio fomenta la salud y la productividad, así como la acumulación de riqueza (por ejemplo, comprar una casa). Además, los casados reciben más ayudas económicas de los padres que las parejas de hecho; las madres solteras no reciben casi nunca ayuda económica de los parientes del padre.

Notas y drogas
El divorcio o la cohabitación sin vínculo de los padres tiene una repercusión negativa, importante y duradera sobre el rendimiento académico de los hijos. Los hijos de padres divorciados o no casados obtienen peores calificaciones, y presentan mayor probabilidad de repetir curso y de no terminar la enseñanza secundaria. Estos efectos se dan con independencia de la raza o los antecedentes familiares. Los hijos de divorciados alcanzan un nivel de instrucción también inferior al de los hijos de viudos o viudas. En general, los hijos de padres casados de nuevo tras un divorcio no obtienen mejores resultados que los de madre soltera.

Existe una relación entre matrimonio y tasas bajas de consumo de alcohol y drogas, tanto en adultos como en adolescentes. Los casados, hombres o mujeres, presentan tasas menores de consumo y abuso de alcohol que los solteros. Lo confirman varios estudios que han seguido la trayectoria de los sujetos durante años: los jóvenes que se casan tienden a reducir el consumo de alcohol y drogas. También los hijos de padres casados presentan tasas más bajas de consumo de drogas, con independencia de los antecedentes familiares. La proporción de adolescentes que han probado la marihuana se duplica entre los que viven en familias monoparentales o recompuestas, y se triplica en el caso de los que viven sólo con el padre. Los adolescentes cuyos padres permanecen casados son los menos inclinados a fumar o beber. Los datos obtenidos por la Encuesta Nacional de Hogares sobre Consumo de Drogas muestran que –con independencia de la edad, la raza, el sexo y los ingresos familiares– la probabilidad de consumir drogas, alcohol o tabaco es claramente inferior para los adolescentes que viven con padre y madre naturales.

¿Por qué la desintegración familiar favorece el consumo de drogas por parte de los adolescentes? Probablemente por muchos motivos, entre ellos que hay mayor tensión en la familia, que los padres vigilan menos y que se debilita la unión afectiva con los progenitores, en especial con el padre.

Matrimonio y buena salud
Las personas casadas, tanto hombres como mujeres, disfrutan en general de mejor salud que las solteras o divorciadas. Parece que los casados llevan mejor la enfermedad, vigilan más el estado de salud del otro, tienen mejor situación económica y viven de manera más sana que las personas solteras en condiciones similares.

Un análisis de datos tomados de la Encuesta de Salud y Jubilación de los Estadounidenses compara el índice de enfermedades graves y de incapacidad funcional entre 9.333 personas de 51 a 61 años, distribuidas en distintos grupos: casadas, con pareja de hecho, divorciadas, viudas y solteras. “Sin excepción –aseguran los autores–, las personas casadas presentan las tasas más bajas de morbilidad en cada una de las enfermedades, minusvalías, problemas funcionales y discapacidades”. Las diferencias que marca el estado civil con respecto a las discapacidades seguían siendo “espectaculares”, con independencia de la edad, el sexo y la raza u origen étnico.

Los hijos de divorciados presentan tasas más elevadas de trastornos psicológicos y enfermedades mentales. Por lo común, el divorcio somete a los hijos a un golpe emocional considerable e incrementa el riesgo de enfermedad mental importante. Dichos peligros para la salud mental no se desvanecen poco después del divorcio.

Al contrario, los hijos de padres divorciados siguen, en su vida adulta, expuestos a mayor riesgo de depresiones y otras enfermedades mentales: en parte, porque no llegan tan lejos en los estudios y porque presentan mayor probabilidad de divorciarse, de tener problemas conyugales y de sufrir dificultades económicas.

Parece que los efectos psicológicos del divorcio varían según la intensidad del conflicto entre los cónyuges. Cuando el conflicto matrimonial es fuerte y prolongado, el divorcio supone un alivio psicológico para los hijos.

No obstante, es necesario investigar más, pues parece que la mayoría de los divorcios tienen lugar en matrimonios con conflictos de baja intensidad. Las madres casadas presentan menores índices de depresión que las madres solteras o las que cohabitan. Un estudio realizado entre 2.300 adultos residentes en zonas urbanas concluyó que, para los padres de niños en edad preescolar, el riesgo de depresión era bastante mayor en las madres solteras que en las casadas. El matrimonio reduce el riesgo de depresión incluso en las madres menores de veinte años. En una muestra nacional de mujeres de 18-19 años con un hijo, el 41% de las solteras de raza blanca presentaban síntomas de depresión, frente al 28% de las madres casadas de raza blanca con la misma edad.

Los estudios que siguen la trayectoria de jóvenes durante años permiten saber qué les ocurre cuando se casan, se divorcian o permanecen solteros. Se comprueba que el matrimonio favorece el bienestar mental y emocional tanto de hombres como de mujeres.

El informe insiste en la depresión materna porque es, a la vez, un grave problema de salud mental para las mujeres y un grave factor de riesgo para los hijos. Además de que las madres solteras tienen mayor probabilidad de sufrir depresión, las consecuencias de la depresión materna para el bienestar de los hijos son más agudas en los hogares monoparentales, probablemente porque la madre o el padre solo tiene menos apoyo y porque los hijos tratan menos con el otro progenitor, el no deprimido.

Malos tratos
Las mujeres jóvenes deben saber que el matrimonio no es una buena estrategia para reformar a hombres violentos. Pero un amplio repertorio de investigaciones muestra que convivir con un hombre al margen del matrimonio va asociado a un riesgo mayor de sufrir malos tratos.

Un análisis de datos recopilados por la Encuesta Nacional de Familias y Hogares (2001) concluye que la probabilidad de que las discusiones acaben en violencia es tres veces mayor en las parejas de hecho (13%) que en los matrimonios (4%). La tasa de violencia doméstica también varía según la raza, la edad y la educación; pero sigue siendo mayor en las parejas de hecho aun después de descontar la influencia de esos factores. Un especialista resume así los resultados de las investigaciones: “Con independencia de la metodología, los estudios llegan a conclusiones similares: en las uniones de hecho se da más violencia que en los matrimonios”.

La selección influye poderosamente. Es menos probable que una mujer se case con un hombre violento, y es más probable que una mujer casada con un hombre violento se divorcie de él. No obstante, los expertos sugieren que también influye que los hombres casados están más integrados en la comunidad, así como la mayor dedicación mutua de los esposos.

También un niño que vive con la madre soltera, el padrastro o el compañero de la madre tiene más posibilidades de ser víctima de malos tratos. Como concluyen Martin Daly y Margo Wilson, “vivir con un padrastro o una madrastra ha resultado ser el factor más frecuente en los casos de malos tratos graves”. Según un estudio, entre los niños en edad preescolar, la probabilidad de ser víctima de abusos deshonestos es cuarenta veces mayor para los que viven con un padrastro o madrastra que para los que viven con sus dos progenitores naturales.

Al final, el informe subraya: “El matrimonio es más que una unión afectiva privada. Es también un bien social. No es para todas las personas. Tampoco todos los niños criados fuera del matrimonio salen perjudicados por ello. Pero donde los matrimonios sanos son lo más común, los niños, las mujeres y los hombres están en mejor situación que donde hay elevadas tasas de divorcio, de hijos extramatrimoniales y de matrimonios conflictivos o violentos”.

martes, 28 de octubre de 2008

La pérdida de la Realidad

La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis [1924]
Sigmund Freud
Ya en un trabajo reciente expusimos como uno de los caracteres diferenciales entre la neurosis y la psicosis el hecho de que en la primera reprime el yo, obediente a las exigencias de la realidad, una parte del Ello (de la vida instintiva), mientras que en la psicosis del mismo yo, dependiente ahora del Ello, se retrae de una parte de la realidad. Así, pues, en la neurosis dominaría el influjo de la realidad y en la psicosis el del Ello. La pérdida de realidad sería un fenómeno característico de la psicosis y ajeno, en cambio, a la neurosis.Sin embargo, estas conclusiones no parecen conciliables con la observación de que toda neurosis perturba en algún modo la relación del enfermo con la realidad, constituyendo para él un medio de retraerse de ella y un refugio al que ampararse huyendo de las dificultades de la vida real. Esta contradicción parece espinosa, pero es muy fácil de resolver, y su solución ha de fomentar considerablemente nuestra comprensión con la neurosis.Tal contradicción subsiste, en efecto, solamente mientras nos limitamos a considerar la situación inicial de la neurosis, en la cual el yo lleva a cabo la represión de una tendencia instintiva obedeciendo a los dictados de la realidad. Pero esto no es todavía la neurosis misma. Esta consiste más bien en los procesos que aportan una compensación a la parte perjudicada del Ello; esto es, en la reacción contra la represión y en su fracaso. El relajamiento de la relación con la realidad es luego la consecuencia de este segundo paso en la producción de la neurosis, y no habríamos de extrañar que la investigación nos descubriese que la pérdida de realidad recae precisamente sobre aquella parte de realidad a cuya demanda fue iniciada la represión.Así, pues, la génesis característica de la neurosis a consecuencia de una represión fracasada no es nada nuevo. Siempre lo hemos afirmado así, y sólo la nueva relación de este postulado con nuestro tema actual nos ha llevado a repetirlo.La misma apariencia de contradicción surge con intensidad mucho mayor cuando se trata de una neurosis cuya motivación ocasional («la escena traumática») nos es conocida y en la que podemos ver cómo el sujeto se aparta de tal suceso y lo abandona a la amnesia. Recordaré aquí, como ejemplo, un caso analizado por mí hace ya muchos años, en el cual la sujeto, una muchacha enamorada de su cuñado, quedó sobrecogida ante el lecho mortuorio de su hermana por la idea de que el hombre amado estaba ya libre y podía casarse con ella. Esta escena fue olvidada en el acto, y con ello quedó iniciado el proceso de regresión que condujo a la dolencia histérica. Pero precisamente aquí resulta muy instructivo ver por qué caminos intenta la neurosis resolver el conflicto. Anula por completo la modificación de las circunstancias reales, reprimiendo el instinto de que se trataba, o sea el amor de la muchacha a su cuñado. La reacción psicótica hubiera consistido en negar el hecho real de la muerte de la hermana.Podría ahora esperarse que en la génesis de la psicosis se desarrollase algo parecido al proceso que tiene efecto en la neurosis, aunque naturalmente, entre otras instancias; esto es, que también en la psicosis se hiciesen visibles dos avances, el primero de los cuales arrancaría al yo de la realidad, mientras que el segundo tendería a enmendar el daño y restablecería, a costa del Ello, la relación con la realidad. Y, efectivamente, observamos en la psicosis algo análogo; dos avances, el segundo de los cuales tiene un carácter de reparación; pero luego la analogía se convierte en una coincidencia mucho más amplia de los procesos. El segundo avance de la psicosis tiende también a compensar la pérdida de realidad, pero no a costa de una limitación del yo, como en la neurosis a costa de la relación con la realidad, sino por otro camino mucho más independiente; esto es, mediante la creación de una nueva realidad exenta de los motivos de disgusto que la anterior ofrecía. Así, pues, este segundo avance obedece en la neurosis y en la psicosis a la misma tendencia, apareciendo en ambos casos al servicio de las aspiraciones de poder del Ello, que no se deja dominar por la realidad. En consecuencia, tanto la neurosis como la psicosis son expresión de la rebeldía del Ello contra el mundo exterior o, si se quiere, de su incapacidad para adaptarse a la realidad, diferenciándose mucho más entre sí en la primera reacción inicial que en la tentativa de reparación a ella consecutiva.Esta diferencia inicial se refleja luego en el resultado. En la neurosis se evita, como huyendo de él, un trozo de la realidad, que en la psicosis es elaborado y transformado. En la psicosis, a la fuga inicial sigue una fase activa de transformación, y en la neurosis, a la obediencia inicial, una ulterior tentativa de fuga. O dicho de otro modo, la neurosis no niega la realidad; se limita a no querer saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla. Llamamos normal o «sana» una conducta que reúne determinados caracteres de ambas reacciones; esto es, que no niega la realidad, al igual de la neurosis, pero se esfuerza en transformarla, como la psicosis. Esta conducta normal y adecuada conduce naturalmente a una labor manifiesta sobre el mundo exterior y no se contenta, como en la psicosis, con la producción de modificaciones internas; no es autoplástica, sino aloplástica.En la psicosis, la elaboración modificadora de la realidad recae sobre las cristalizaciones psíquicas de la relación mantenida hasta entonces con ella; esto es, sobre las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios tomados hasta entonces de ella y que la representaban en la vida anímica. Pero esta relación no constituía algo fijo e inmutable, sino que era transformada y enriquecida de continuo por nuevas percepciones. De este modo, se plantea también a la psicosis la tarea de procurarse aquellas percepciones que habrían de corresponder a la nueva realidad, consiguiéndolo por medio de la alucinación. Si los recuerdos falsos, los delirios y las alucinaciones muestran un carácter tan penoso en tantas formas y casos de psicosis y aparecen acompañados de angustia, habremos de ver en ello un indicio de que todo el proceso de transformación se realiza contra la intensa oposición de poderosas energías. Podemos representarnos el proceso conforme al modelo de las neurosis, que nos es más conocido. En las neurosis vemos surgir una reacción de angustia cada vez que el instinto reprimido trata de llegar a la conciencia, y observamos que el resultado del conflicto no es, a pesar de todo, más que una transacción, absolutamente insuficiente como satisfacción. En la psicosis, el trozo de realidad rechazado trata probablemente de imponerse de continuo a la ida anímica, como en la neurosis el instinto reprimido, por esta razón surgen en ambos casos las mismas consecuencias. La discusión de los diversos mecanismos que han de llevar a cabo en la psicosis el apartamiento de la realidad y la construcción de otra distinta constituye una labor, aún intacta. de la Psiquiatría especial.Existe, pues, entre la neurosis y la psicosis una nueva analogía consistente en que ambas fracasen parcialmente en la labor emprendida en su segundo avance, pues ni el instinto reprimido puede procurarse una sustitución completa, neurosis, ni la representación de la realidad se deja fundir en las formas satisfactorias. Pero el acento carga, en cada una, en un lugar distinto. En la psicosis, el acento carga exclusivamente sobre el primer avance, patológico ya de por sí y que sólo puede conducir a la enfermedad, y en cambio, en la neurosis, sobre el segundo, sobre el fracaso de la represión, mientras que el primero puede producirse, y en realidad se ha producido innumerables veces, dentro de la salud, aunque no sin dejar tras de sí señales del esfuerzo psíquico exigido. Estas diferencias, y quizá otras muchas, son consecuencia de la diversidad tópica en el desenlace del conflicto patógeno según que el yo haya cedido en él a su adhesión al mundo real o a su dependencia del Ello.La neurosis se limita regularmente a evitar el fragmento de realidad de que se trate y protegerse contra todo encuentro con él. Pero la precisa diferencia entre la neurosis y la psicosis queda mitigada por el hecho de que tampoco en la neurosis faltan las tentativas de sustituir la realidad indeseada por otra más conforme a los deseos del sujeto. Semejante posibilidad es facilitada por la existencia del mundo de la fantasía, un dominio Que al tiempo de la instauración del principio de la realidad, quedó separada del mundo exterior, siendo mantenida aparte, desde entonces, como una especie de «atenuación» de las exigencias de la vida, y aunque no resulta inasequible al yo, sólo conserva con él una relación muy laxa. De este mundo de la fantasía extrae la neurosis el material para sus nuevos productos optativos, hallándolo en él por medio de la regresión a épocas reales anteriores más satisfactorias.También en la psicosis desempeña seguramente el mundo de la fantasía este mismo papel, constituyendo también el almacén del que son extraídos los materiales para la construcción de la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior fantástico de la psicosis quiere sustituirse a la realidad exterior, mientras Que el de la neurosis gusta de apoyarse, como los juegos infantiles, en un trozo de realidad _en un fragmento de la realidad distinto de aquel contra el cual tuvo que defenderse_ y le presta una significación especial y un sentido oculto al que calificamos de «simbólico», aunque no siempre con plena exactitud. Resulta, pues, que en ambas afecciones, la neurosis y la psicosis, se desarrolla no sólo una pérdida de realidad, sino también una sustitución de realidad.
[Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres]

lunes, 27 de octubre de 2008

El Duelo (Luto)


Tanatología: Duelo

DUELO, LUTO Y SENTIMIENTO DE PÉRDIDA

Los términos duelo ("grief", luto ("mourning") y sentimiento de pérdida ("bereavement") se aplican a las reacciones psicológicas de las personas que se enfrentan a una pérdida significativa. El duelo es el sentimiento subjetivo que provoca la muerte de un ser querido. El término suele usarse como sinónimo de luto, aunque, de manera estricta, luto hace referencia al proceso a través del cual se resuelve el duelo; es la expresión social del comportamiento y las prácticas posteriores a la pérdida. Sentimiento de pérdida literalemnte es el estado de sentirse privado de alguien a causa de la muerte e implica vivir un luto. Al margen de los matices que distinguen estos términos entre sí, las similitudes en la experiencia del duelo y la pérdida son suficientes como para considerar esta experiencia como un síndrome, que como tal presenta síntomas, manifestaciones, un proceso específico y una esperada resolución.

El duelo puede surgir como resultado de distintos tipos de pérdida, además de la pérdida de una persona querida. Se incluye aquí la pérdida de status, de una figura nacional o de un animal doméstico. La expresión del duelo abarca un amplio abanico de emociones, que dependen de las normas y expectativas culturales (p.ej., algunas culturas estimulan o exigen una expresión emocional intensa, mientras que en otras se espera justo lo contrario) y de las circunstancias de la pérdida (p.ej., una muerte inesperada y repentina, frente a una muerte claramente anticipada). El trabajo de duelo es un proceso psicológico complejo de deshacer los lazos contraídos y enfrentarse al dolor de la pérdida. Duelo y sentimiento de pérdida.

Características de un duelo normal

El duelo no complicado es una respuesta normal, a la vista del carácter predecible de sus síntomas y de su desarrollo. Al principio del duelo sele experimentarse una especie de aturdimiento y perplejidad. Esta aparente dificultad para comprender el alcance de lo que ha ocurrido suele ser breve. Va seguida por expresiones de dolor y malestar tales como el llanto y los suspiros, si bien entre las culturas occidentales este tipo de comportamiento es màs habitual en mujeres que en hombres. Aparecen también sensación de debilidad, pérdida del apetito, pérdida de peso, dificultad para concentrarse, respirar y hablar. Los problemas de sueño suelen manifestarse como dificultad para dormirse, despertarse en medio de la noche o despertarse demasiado pronto. Con frecuencia se sueña con la persona fallecida y la persona experimenta un gran desconsuelo al despertarse y comprobar que sólo se trataba de un sueño.

Es también frecuente el autorreproche, aunque es menos intenso en un duelo normal que en uno patológico. Este tipo de reproches suele centrarse en actos relativamente triviales que se hicieron o se dejaron de hacer al difunto. Las personas que se sienten aliviadas de que sea la muerte de otro la que se ha producido, y no la propia, pueden sentir la llamada culpabilidad del superviviente. El superviviente cree a veces que es é quien debería haber muerto, y no el otro, y (si este sentimiento persiste) puede tener problemas para establecer nuevas relaciones por temor a traicionar al difunto. También tienen lugar distintas formas de negación a lo largo del proceso de duelo; con frecuencia, la persona que vive el duelo reacciona o se comporta como si la muerte no se hubiera producido. Los intentos de perpetuar la relación perdida suelen manifestarse en actitudes tales como seguir comprando objetos que gustaban al difunto o que se lo recuerdan (objetos de vínculo).

La sensación de presencia del fallecido puede ser tan fuerte que provoque ilusiones o alucinaciones (tales como oír la voz del difunto o sentir su presencia). En un duelo normal, la persona se da cuenta de que estas percepciones no son reales. Como parte de lo que se ha llamado fenómenos de identificación, el superviviente puede adoptar cualidades, gestos y características de la persona fallecida, con el objeto de perpetuarla de una manera concreta. Estas maniobras pueden alcanzar expresiones potencialmente patológicas, como la aparición de síntomas similares a los que sufrió el fallecido o la sugestión de que se padece también la enfermedad que fue causa de su muerte.

John Bowlby planteó cuatro hipotéticas fases en el duelo: la fase 1 es la fase inicial de intensa desesperación, caracterizada por el aturdimiento y la protesta. La negación puede aparecer inmediatamente, y también son frecuentes la cólera y la disconformidad. Esta etapa puede durar momentos o días, y la persona que vive el duelo puede recaer en ella varias veces a lo largo del proceso de luto. La fase 2 es de intensa añoranza y búsqueda de la persona fallecida. Se caracteriza por la incapacidad de descansar físicamente y la preocupación obsesiva por el fallecido. Esta fase puede durar varios meses, e incluso años, aunque de forma más atenuada. En la fase 3, que ha sido llamada la de desorganización y desesperación, la realidad de la pérdida empieza a asentarse. Se tiene la sensación de moverse arrastrado por las circunstancias, y la persona en duelo parace desconectada, apática y sin intereses. Suelo padecerse insomnio y pérdida de peso, así como la sensación de que la vida ha perdido sentido. La persona en duelo revive constantemente recuerdos del fallecido; se sufre una inevitable sensaciòn de desconsuelo cuando se constata que se trata sólo de recuerdos. La fase 4 es una etapa de reorganización, en la que los aspectos más dolorosamente agudos del duelo comienzan la recesión y se experimenta la sensación de volver a incorporarse a la vida. La persona fallecida se recuerda ahora con alegría, y también con tristeza, y se consigue internalizar su imagen.

C. M. Parkes describió cinco etapas en el duelo: 1) Alarma -un estado de estrés que implica cambios fisiológicos, como el aumento de la tensión sanguínea y de la frecuencia cardíaca- y que es, en cierto modo, similar a la primera fase de Bowlby de protesta, miedo y rabia. 2) Aturdimiento, un estado en el que la persona en duelo aparentemente parece no sentir la pérdida aunque, en realidad, trata de protegerse a sí misma del agudo malestar que esa pérdida le produce. 3) Aprehendimiento o busqueda, la persona busca o está continuamente pensando en el fallecido. Pueden manifestarse las ilusiones o alucinaciones sobre la persona perdida que se comentaron anteriormente (a veces llamadas pseudoilusiones o pseudoalucinaciones, porque la persona que las experimenta las reconoce inmediatamente como tales). Esta fase se corresponde aproximadamente con la segunda fase de añoranza y búsqueda de Bowlby. 4) Depresión, las personas pierden las esperanzas en el futuro, no tienen ganas de vivir y tienden a apartarse de su familia y amigos. 5) En la etapa final, de la recuperación y reorganización, la persona reconoce que su vida debe continuar con ciertos ajustes y distintas metas.

Eric Lindeman, después del incendio de Coconut Grove en 1944, describió lo que para él eran signos patognomónicos de un intenso desconsuelo y de las respuestas emocionales del superviviente. La descripción de sus respuestas ante el shock de la pérdida se ha considerado un paradigma de las reacciones de duelo que se manifiestan ante una pérdida situacional. Entre los síntomas agudos de Lindeman se encontraban el malestar somático, la preocupación obsesiva por los fallecidos, la culpabilidad, la hostilidad y la desapariciín de la capacidad de actuar positivamente.

Otros investigadores han descrito las respuestas de duelo como parte integrante de un corpus general de respuestas ante la crisis y han hecho especial hincapié en que los primeros y más agudos síntomas no siempre predicen correctamente la intensidad de las reacciones posteriores. Ellen Bassuk y Ann birk subrayaron tres factores clave de los que depende la capacidad de una persona para integrar con éxito un acontecimiento crítico: 1) el grado en el que se reconoce la realidad de lo que ha ocurrido y se aprehende sus consecuencias, 2) la flexibilidad y la efectividad de las destrezas adaptativas de la persona y 3) la posibilidad de encontrar consuelo y la disposición a recurrir a él.

La duración del duelo

Así como las personas manifiestan su duelo de manera muy distinta, los síntomas, signos y fases del duelo y el sentimiento de pérdida no son tan discretos como parecen implicar sus caracterizaciones. En cualquier caso, las manifestaciones del duelo suelen perdirar en el tiempo. La duración y la intensidad del duelo, sobre todo en su fase más aguda, dependen de si la muerte se ha producido de un modo más o menos repentino. Si la muerte se produce sin aviso previo, el shock y la negación pueden durar mucho tiempo; si la muerte se esperaba desde tiempo atrás, gran parte del proceso de duelo puede haberse llevado a cabo antes de que la muerte llegue a producirse. Tradicionalmente, el duelo dura entre 6 meses y un año, y termina al cumplirse el primer año sin el fallecido. Algunos signos o síntomas del duelo pueden persistir mucho más allá de uno o dos años, y es posible que ciertos sentimientos, síntomas y conductas permanezcan para toda la vida. Al final, sin embargo, los duelos normales se consiguen resolver, y la persona recupera su ánimo productivo y de relativo bienestar. Por lo general, los síntomas agudos del duelo van perdiendo fuerza gradualmetne, y a los dos meses del fallecimiento, la persona en duelo es capaz de dormir, comer y volver a funcionar.

El duelo anticipatorio

El duelo anticipatorio es el que se expresa ante una pérdida percibida como inevitable, y es distinto del duelo que se produce a continuación de una pérdida. Por definición, el duelo anticipatorio termina cuando se produce realmente el fallecimiento, independientemente de la reacciones que pudieran aparecer a partir de entonces. A diferencia del duelo convencioal, que disminuye de intensidad según el grado en que la muerte esperada sea más o menos inminente. En algunas ocasiones, especialmente cuando la muerte esperada se retrasa, el duelo anticipatorio ha terminado, la persona puede tener dificultades para restablecer la relación interpersonal previa con el moribundo; éste es un fenómeno que también se produce al regreso de personas que han estado ausentes mucho tiempo (p.ej., en combates o en campos de concentración) o de personas que se creían muertas.

El duelo patológico (anormal)

Algunas personas sufren un duelo y período de luto anormales. El duelo patológico puede adoptar diversas formas, que van desde la ausencia o retraso en la aparición del duelo hasta un duelo excesivamente intenso y prolongado que suele asociarse a intenciones suicidas o síntomas abiertamente psicóticos. El mayor riesgo de sufrir un duelo de características patológicas lo tienen aquellas personas que sufren una pérdida repentina o que se produce en condiciones horribles, los que están aislados socialmente, los que se sienten responsables (reales o imaginarios) de la muerte, los que arrastran historias de pérdidas traumáticas y los que tienen una intensa relación de ambivalencia o dependencia con la persona fallecida.

El duelo diferido, inhibido o negado.

El duelo diferido, inhibido o negado es la ausencia de la expresión de duelo en el momento de la pérdida, cuando se espera que se manifieste. En algunos casos, el duelo sencillamente se retrasa hasta que no puede evitarse por más tiempo.

Existen grandes diferencias entre unas personas y otras en lo relativo a la necesidad de ocultar el duelo. Las influencias familiares y culturales afectan en lmodo en que una persona expresa públicamente su duelo. Mientras que algunos admiran el absoluto control de las emociones, otros grupos sociales y culturales consideran normal el llanto, las lamentaciones y los desmayos. De ahí que sea difícil estimar el alcance del duelo de una persona atendiendo sólo a su apariencia externa, sin conocimiento de sus antecedentes.

La inhibición o la negación del duelo es potencialmente patógena porque la persona que lo sufre evita enfrentarse a la realidad de la pérdida. La presencia de una falsa euforia sugiere que el duelo está siguiendo un curso patológico. Las reacciones de inhibición o negación del duelo siembran el terreno para la aparición de consecuencias desafortunadas como la percepción continuada de síntomas físicos similares a los que causaron la muerte del fallecido y las reacciones desmedidas en el primer aniversario de su mierte o en otras ocasiones que, por algún motivo, fueran de especial relevancia para aquél. El duelo inhibido o negado puede a veces desplazarse hacia otras pérdidas que, aunque aparentemente insignificantes en sí mismas, pueden simbolizar la pérdida original. Una minifestación de este desplazamiento puede ser la hiperreacción ante los problemas de otra persona.

Algunas relaciones interpersonales son lo bastante negativas como para que la respuesta normal sea la de un duelo mitigado e incluso ausente, al margen de su expresión pública. En estas ocasiones, la muerte del cónyuge o de un padre, puede ser decididamente positiva para el que las sobrevive.

Hiperidentificación o psicosis en el duelo

Otra forma anormal del duelo se produce cuando algunos de los aspectos normales de un duelo se distorsionan o intensifican hasta adquirir proporciones psicóticas. Es normal que se produzca una cierta identificación con el fallecido, tal como adoptar algunos rasgos que se admiraban en él, o atesorar sus pertenencias; el creer que no mismo es el muerto o que se está muriendo de la misma exacta manera que se murió el difunto (por supuesto, no es cierto) no es normal. Oír la voz efímera y transitoria del fallecido puede ser normal; las alucinaciones auditivas complejas y persistentes no son normales. Es normal que se nieguen algunos aspectos de la muerte; la negación que implica la certeza de que la persona muerta está viva no es normal.

Duelo versus depresión

Tanto la depresión como el duelo pueden manifestarse con tristeza, llanto y tensión expresada en forma de retardo o agitación psicomotriz. También son comunes a ambas condiciones la pérdida de apetito y peso, el insomnio, la pérdida de interés sexial y el abandono de actividades externas. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, la persona que sufre un duelo va experimentando un cambio en su ánimo, que evoluciona desde la tristeza hacia la normalidad y encuentra cada vez más satisfacción en las experiencias vitales. La autoinculpación suele centrarse en lo que se hizo o se dejó de hacer a la persona fallecida, mientras que los autrorreproches de las personas deprimidad suelen expresar que se sienten mal, carentes de sentido y malvados. La conducta normal de lapersona que experimenta el duelo suele despertar instintivamente sentimientos de simpatía, apoyo y consuelo en los otros, y ella misma demuestra algún tipo de respuesta y agradecimiento hacia ellos. En contraste, las quejas y los lamentos de las personas deprimidas pueden irritar y aburrir a la persona que las oye. En el caso de un duelo normal, las respuestas son consideradas apropiadas y normales tanto por la persona que lovive ocmo por los que la rodean; en la depresión, este tipo de respuestas inmediatamente hacen saltar la sospecha de que hay algo raro en lo que está pasando.

Las personas que han sufrido cuadros depresivos con anterioridad tienen una mayor tendencia a volver a experimentar depresión, en lugar del duelo normal, cuando se produce una pérdida importante; de ahí que la historia clínica de la persona en duelo pueda ayudar a juzgar sus reacciones. Las personas deprimidas hacen más intentos de suicidio que las personas en duelo, quienes, salvo en extraordinarias circunstancias -por ejemplo, dependencia física del fallecido en personas de edad- no desean realmente morir, aunque aseguren que la vida se les hace insoportable. Sentimientos marcados de inutilidad, deterioro funcional extenso y retardo psicomotor sugieren más un trastorno depresivo serio que un duelo no complicado. Los síntomas psicóticos francos, tales como alucinaciones e ilusiones, más que componentes de un duelo normal, pueden ser síntomas de un trastorno mental más grave.

El médico debe determinar cuándo el duelo se ha hecho patológico y ha evolucionado a trastorno depresivo mayor. El duelo es un proceso normal, aunque extremadamente doloroso, que responde bien al apoyo, la comprensión y el paso del tiempo. El trastorno depresivo mayor es potencialmente una urgenica que se puede requerir intervención inmediata para impedir complicaciones posteriores, como el suicidio. El enfermo puede necesitar ser ingresado o que se le administre medicación antidepresiva.

El duelo en los niños

Bowlby también estudió el proceso del duelo en los niños. El proceso es bastante similar al de los adultos, especialmente si el niño es capaz ya de comprender lo irreversible de la muerte. El proceso del duelo se parece al de la separación, ya que ambos tienen tres fases: protesta, desesperación y despego. En la fase de protesta el niño siente un intenso deseo de estar con su madre o con la persona que le cuidaba y que ha fallecido y llora suplicando su regreso: en la fase de desesperación, el niño comienza a sentir que no hay esperanzas de que vuelva, el llanto se hace intermitente y se sumerge en un estado de abandono y apatía. En la fase del despego, el niño empieza a renunciar a parte del apego emocional que sentía hacia su madre o padre muertos y muestra un cierto despertar en su interés por lo que le rodea.

Al tratar a un niño en proceso de duelo, el médico debe identificar la necesidad del niño de encontrar a alguien que sustituya a la persona que ha muerto. Es posible que el niño transfiera su necesidad de padres no a un solo adulto, sino a varios. Si no encuentra a nadie que pueda satisfacer sis necesidades, es posible que sufra un fuerte daño psicológico y deje de buscar o de esperar algún tipo de intimidad en sus relaciones futuras. La evidencia de que los episodios depresivos y los intentos de suicidio son mucho más frecuentes en adultos que en su primera infancia perdieron a un padre revela la importancia de controlar los duelos en los niños.

Una pregunta que suele hacerse es si el niño debe o no asistir a los funerales de sus padres y, lo cierto, es que no hay una respuesta clara y unívoca. La mayoría de los expertos dicen que si el niño manifiesta su deseo de asistir, debe respetarse su decisión; si el niño se muestra indeciso o no quiere ir claramente, también debe ser respetado. En la mayor parte de los casos, lo mejor es intentar persuadir al niño para que vaya, para que ese ritual no puede envuelto en un misterio o una fantasía distorsionada que le atemorice.

El duelo en los padres

Los padres reaccionan ante la muerte de un hijo o el nacimiento de un hijo malformado en una serie de fases similares a las que describió Kübler-Ross en las enfermedades terminales: shock, negación, rabia, negociación, depresión y aceptación. La muerte de un niño suele ser una experiencia emocional más intensa que la de un adulto. Los sentimientos de culpabilidad y de impotencia pueden hacerse insoportables; los padres pueden llegar a pensar que de alguna manera no protegieron a sus hijos y los han abandonado de un modo antinatural. Una causa adicional de dolor puede ser la pérdida de las esperanzas, los deseos y las expectativas que se habían puesto en la nueva generación. Las manifestaciones de este duelo pueden arrastrarse durante toda la vida.

La muerte repentina es siempre más traumática que la muerte prolongada, porque en este último caso es posible hacer un duelo anticipatorio antes de que la muerte llegue a producirse. Los padres suelen hacerse hiper-protectores, o colmar a su hijo de todos los regalos que antes le habían negado. El estrés de enfrentarse a la muerte de un hijo puede ser motivo de ruptura de aquellos matrimonios que tenían algún tipo de conflicto. Un padre puede culpar al otro por la enfermedad del niño, sobre todo si ésta es de base hereditaria. El médico debe estar atento a estos patrones de disensión. Los estudios indican que más del 50% de los matrimonios en los que muere un hijo o nace un niño deformado acaban en divorcio.

Psicodinámica

En 1917 - Freud escribió en Duelo y melancolía que el duelo normal se produce porque la líbido abandona el apego que sentía hacia el objeto perdido. En el duelo normal, la´pérdida se percibe claramente y sin ambivalencias, y la persona muerta consigue, a través del proceso de duelo, internalizarse como un objeto amado y amoroso. En el duelo anormal (melancolía) no se abandona el objeto perdido, sino que se incorpora a la psique del sujeto como un objeto infundido de sentimientos negativos. Estos sentimientos negativos hacia la persona que ha muerto son vividos como propios, y el sujeto se deprime, pierde su autoestima, no ve sentido a su vida, se acusa a sí mismo, y llega a presentar expectativas delirantes de castigo. La distinción freudiana entre duelo y melancolía sigue siendo válida -es decir, una exagerada pérdida de la autoestima no debe de la autoestima no debe formar parte de un duelo normal.

Otros teóricos del psicoanálisis han concedido especial importancia al papel que desempeña la dinámica inconsciente en las reacciones de duelo. Cuanto mayor sea el papel de los factores inconscientes y ambivalentes (tales como la cólera contra el fallecido), mayor probabilidad habrá de que se produzca una reacción de duelo anormal. Karl Abraham describió la introyección de un objeto amado de un modo ambivalente y la consiguiente dirección de la rabia hacia el objeto introyectado.

El duelo y la enfermedad médica

Existe evidencia probada de que durante la fase de duelo, el sujeto vive un estado de desequilibrio biológico que lo hace físicamente vulnerable. La evidencia clínica y los hallazgos de investigación apoyan la hipótesis de que el duelo es un factor en el desarrollo de un amplio espectro de trastornos físicos y emocionales que incluye enfermedades fatales. Si compararamos a los familiares de personas fallecidas con familiares de personas que siguen viviendo (agrupándolos por edad, sexo y estado civil) se observa que las personas en duelo presentan un índice de mortalidad mucho mayor durante el primer año desde la muerte del familiar, y el índice más alto se observa en los viudos y viudas. Durante la fase de duelo, los viudos y viudas asisten mucho más a la consulta médica por distintas razones de lo que lo hacían antes de la muerte de sus cónyuges. Los ancianos, sobre todo, tienden a reaccionar con manifestaciones somáticas.

El papel del médico en el duelo. El médico desempeña un importante papel al tratar con los viudos, parientes o amigos del fallecido. En primer lugar, el médico debe preparar a la familia ante la eventualidad de que se produzca la muerte. Cuando la muerte se ha producido, el médico debe animar a la familia a ventilar sus sentimientos. Si se inhibe esta expresión emocional, con toda probabilidad estos sentimientos se manifestarán intensamente más tarde. La resolución del duelo es mucho más favorable cuando la persona que lo vive puede interaccionar con otros que comparten o comprenden sus sentimientos de pérdida.

Las personas que viven un duelo normal, rara vez buscan ayuda psiquiátrica, porque consideran que sus reacciones y su conducta son apropiadas. De la misma manera, el médico asistente no debe recomendar de modo rutinario a la persona que vive un duelo que vaya a la consulta psiquiátrica, salvo si observa reacciones marcadamente divergentes de la pérdida. Por ejemplo, en condiciones normales la persona que sufre un duelo no hará tentativas de suicidio. En el caso de que el intento de suicidio se produjera, será necesaria la atención psiquiátrica.

Cuando se solicita ayuda profesional, ésta suele limitarse a pedir al médico de cabecera que recete somníferos. Un sedante suave que ayude a inducir el sueño puede ser indicado en algunas situaciones, pero rara vez está indicado el uso de medicación antidepresiva o de ansiolíticos en un proceso de duelo normal. Es preciso que la persona viva su duelo, por doloroso que sea, para que consiga superarlo. El narcotizar al paciente por medio de fármacos puede interferir un proceso natural que conduce a la superación positiva del duelo.

El control del duelo y la terapia

Como las reacciones del duelo pueden llegar a desencadenar trastornos depresivos o duelos patológicos, en ocasiones resulta útil llevar a cabo sesiones específicas para aconsejar a las personas que viven un duelo. La terapia del duelo es una técnica crecientemente valorada. En sesiones regularmente programadas, se anima a la persona que vive el duelo, a expresar sus sentimientos de pérdida y los que siente hacia la persona desaparecida. Muchas de estas personas tienen dificultades para reconocer y verbalizar su enfado hacia el desaparecido, y necesitan que se les asegure que estos sentimientos son normales.

Normalmente, durante una terapia de duelo se establecen lazos especiales con el terapeuta; este sentimiento proporciona a la persona en duelo un apoyo temporal, hasta que sea capaz de desarrollar un sentido de confianza en el futuro. El terapeuta anima al paciente a aceptar gradualmente responsabilidades nuevas y a desarrollar un sentimiento de autonomía. Para poder realizar una terapia de duelo, el terapeuta debe sentirse cómodo a la hora de tratar los temas relacionados con la muerte y el hecho de morirse, y debe ser capaz de manejar las intensas reacciones emocionales que puede sufrir el paciente, tales como tristeza, enfado, culpabilidad y autodenigración. Además, la terapia del duelo exige un papel activo del terapeuta, que debe participar en el proceso de toma de decisiones del paciente, especialmente en aquellas que le conduzcan hacia su independencia.

Las terapias de duelo no han de ser necesariamente individuales; también resulta efectiva el consejo en grupo. Los grupos de autoayuda pueden ser útiles en ciertas circunstancias. Alrededor del 30% de los viudos y viudas manifiestan que se aislaron de sus amigos, abandonaron su vida social y, por ello, experimentaron fuertes sentimientos de aislamiento y soledad. Los grupos de autoayuda proporcionan compañía, contactos sociales y apoyo emocional; a veces permiten a sus miembros que se reincorporen a la sociedad de un modo positivo.

La atención del duelo y la terapia son especialmente eficaces con viudos y viudas. La necesidad de este tipo de terapia probablemente tiene su origen en la contracción actual de la unidad familiar. Antiguamente, otros miembros de la familia extensa eran quienes proporcionaban el apoyo emocional necesario y lo guiaba durante la fase del duelo.

Tabaquismo


TEarriba
El Cigarrillo
Desde 1988, luego de la publicación de un informe sobre los efectos del tabaco sobre la salud: "adicción a la nicotina", quedó instaurada la nicotina como una sustancia adictiva, al igual que la cocaína o la heroína.
Como agente administrado voluntariamente, altera el ánimo y la conducta, además de tener el potencial adictivo comparable al del alcohol, la cocaína o la morfina.
A pesar que más de 38 millones de personas en los Estados Unidos hayan dejado de fumar, alrededor de 50 millones continúan haciéndolo, demostrando los efectos adictivos de la nicotina.
Que el tabaco es perjudicial para la salud es una afirmación que se encuentra inclusive inmortalizada en los mismos paquetes de los cigarrillos.
Igualmente, un elevado porcentaje de los fumadores no cree que esté poniendo en riesgo su salud al fumar, o que por dejar de fumar van a decrecer los posibles riegos.
Habitualmente se comienza a fumar durante la juventud, y un 95% de los que continúan fumando después de los 20 años, llega a ser un fumador diario. Muchas personas que fuman han logrado conseguir dejar de hacerlo al tercer o cuarto intento, siendo sólo un 25% el que lo logra al primer intento.
El número de fumadores ha disminuido y se cree que 1,3 millones de personas en los Estados Unidos deja de fumar cada año.
Efectos en el organismo
La nicotina tiene efectos estimulantes como inhibitorios en el organismo. La estimulación del sistema nervioso central puede causar temblores en el consumidores inexperimentado y hasta convulsiones con altas dosis.
A la estimulación le sigue una fase inhibitoria de los músculos respiratorios.
Frente a situaciones estresantes, la nicotina produce excitación tanto como relajación. A su vez, incrementa el ritmo cardíaco y la presión sanguínea.

Además el tabaco puede provocar un aumento de sudoración, náuseas y diarrea, debido a los efectos que produce en el sistema nervioso o central.
Hormonalmente ocasiona una elevación del azúcar en sangre y de producción de insulina. Pese a estos indeseables efectos en el organismo, la nicotina produce otros efectos que podrían ser entendidos como "positivos", ya que estimula la memoria, la atención, la rapidez mental, el tiempo de reacción, la vigilancia y la ejecución de tareas.
Tiende a aliviar el aburrimiento, alejar los sentimientos depresivos y a reducir el estrés, tanto como los impulsos agresivos en respuesta a situaciones estresantes. A su vez, propende a suprimir el apetito (especialmente el de carbohidratos), pero inhibe la eficiencia del metabolismo de la digestión.
Riesgos para la salud
La exposición crónica a la nicotina puede causar severas dificultades a la salud, pero el problema principal que acarrea el fumar tabaco es la muerte.
En los Estados Unidos se relaciona al tabaco con 400.000 muertes prematuras por año, siendo esta cifra un 25% del total de muertes en general.
Las causas son la bronquitis crónica y la enfisema, cáncer broncogénico, infartos de miocardio, enfermedades cerebrovasculares, enfermedades pulmonares obstructivas y cáncer de pulmón. Además puede provocar úlceras, problemas relacionados a la reproducción, hipertensión y una disminución de la capacidad de curación.
A dosis bajas, provoca náuseas, vómitos, salivación excesiva, palidez, dolor abdominal, diarrea, mareos, dolor de cabeza, aumento de la presión sanguínea, taquicardia, sudor frío y temblores.
Otro riesgo que presenta es la adicción (dependencia y abstinencia) a la nicotina, y el decreciente sentido del olfato y el gusto.
Las personas que no fuman, pero están expuestas regularmente, presentan posibilidades de sufrir riesgos de cáncer pulmonar por sobreexposición al humo. También pueden experimentar acusadas, repentinas o severas reacciones en los ojos, nariz, garganta y en el tracto respiratorio inferior.
Igualmente el tabaco es responsable de molestias como el mal aliento, dientes amarillos y tos constante. Es más, en una investigación comparativa con gemelos que uno fuma y el otro no, se concluyó que esta tos permanente es una de las causas de lesiones en la columna vertebral debido al aumento de la presión intra abdominal sobre los discos intervertebrales provocada al toser.
En los niños provoca una mayor frecuencia de infecciones respiratorias tales como bronquitis, neumonía, produce asma y problemas en la maduración de los pulmones.

Trastornos relacionados con nicotina
Por el consumo de cualquier modalidad de tabaco y con la toma de medicamentos como parches y chicles de nicotina se puede presentar la dependencia y la abstinencia de nicotina.
La dependencia de la nicotina es un trastorno por el consumo de la misma, mientras que la abstinencia de la nicotina es un trastorno inducido por la misma.
El desarrollo de la dependencia de la nicotina es rápido, y es potenciado por factores sociales que impulsan a fumar en determinadas situaciones y por las poderosas campañas publicitarias de las empresas tabaqueras. Muchos sujetos que consumen tabaco lo hacen para disminuir los síntomas de abstinencia cuando se despiertan a la mañana o luego de haber estado en sitios donde se prohibe fumar.
Si padres o hermanos fuman, la persona es más propensa a empezar a fumar, por el modelo que estas figuras ejercen. Muchas personas han intentado dejar de fumar, siendo estos intentos infructuosos.
Debido a que por estar legalizado el consumo de tabaco, se dispone de ellos con facilidad. Algunos sujetos evitan situaciones en las que saben que se les prohibirá fumar.
A pesar de ser conscientes de los problemas médicos que acarrea el fumar, consumen continuamente.
La interrupción del consumo de tabaco provoca síntomas de abstinencia bien definidos. Los síntomas de abstinencia pueden aparecer tras unas dos horas luego del último cigarrillo, agudizándose con un pico entre las 24 y 48 horas siguientes.
El deseo imperioso de fumar, tensión, irritabilidad, dificultades de concentración, somnolencia, disminución del ritmo cardíaco o de la presión sanguínea, aumento del apetito y de peso, torpeza motora y aumento de la tensión muscular.
La mayor rapidez de los efectos de la nicotina conduce a los fumadores a un patrón de hábito intenso más difícil de abandonar por la frecuencia y rapidez del refuerzo y por la mayor dependencia física de la nicotina.
Dejar de fumar y sus beneficios
Debido a los grandes riesgos que trae aparejado el consumo de tabaco, el dejar de fumar no es sólo beneficioso para la propia salud, sino para la de las personas que nos rodean.
Incluso a los pocos minutos de haber dejado de fumar, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco bajan a su ritmo normal.
Decrecen los riesgos de enfermedades graves como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer de pulmón, de páncreas, de hígado, de riñón, úlcera grastroduodenal, y ataques al corazón.
Para dejar de fumar existe toda una variedad de métodos de los cuáles se puede elegir el que se cree de mayor conveniencia personal.
Los familiares, amigos, compañeros de trabajo pueden apoyar o alentar a una persona para dejar de fumar, pero la decisión debe provenir de la persona en cuestión, debido a que el propio deseo suele ser una de las mejores motivaciones que acompañan al compromiso para llevarlo a cabo.
Como cualquier otra conducta adictiva, el dejar de fumar, y el mantenerse sin fumar es particularmente difícil. Sólo un 10% de personas logran dejar de fumar por su propia cuenta, en contraposición con un 60% que alcanzan la abstinencia mediante programas o métodos sensibles.
Se observa que estos programas utilizan una combinación de varias estrategias e de la terapia cognitiva-conductual como ser el reconocimiento del comportamiento, enfocar la atención de las personas a la realización de sus tareas cotidianas sin fumar, modificación del comportamiento adictivo, reconocimiento de recaídas potenciales y afrontamiento de las mismas, y manejo la irritabilidad, tensión y aumento de peso producidos por la abstinencia del tabaco. Junto a estos métodos y estrategias se suele utilizar temporariamente medicamentos sustitutos de la nicotina como son parches y chicles de nicotina.
Además se sugiere la psicoeducación (informar al fumador de los efectos adversos de la abstinencia y los riesgos de continuar fumando) y grupos de apoyos a los cuáles se recomiendo ir de una a dos horas por semana.
Una vez tomada la decisión de dejar de fumar es muy importante conseguir un método adecuado y personas que sirvan de apoyo para aumentar las posibilidades de tener éxito en tal empresa. De no lograrlo la primera vez, simplemente tome la experiencia como un aprendizaje, no como una fracaso. Es muy común que se necesite hasta seis intentos o más antes de poder realmente dejar de fumar. Se cree que un 70% de las personas que han logrado abstenerse de fumar lo han intentado una o dos veces antes de conseguirlo, un 20% ha hecho de 2 a 5 intentos y un 9% no lo ha alcanzado antes de más de seis truncados intentos.
Por esta razón, si se propone dejar de fumar y sufre una recaída, únicamente reflexione sobre la razón por la cual no resultó, desarrolle nuevas estrategias y propóngaselo una vez más. Generalmente, para romper con un hábito se necesita de varios intentos.
Suele suceder que una persona que desea dejar de fumar y lo logra incite a los individuos que lo rodean a intentar dejar de fumar y a no temer a los efectos propios de la abstinencia.
La nicotina y ciertos trastornos mentales
Se ha asociado el fumar con una historia o un potencial para ciertos trastornos mentales como la depresión mayor, alcoholismo, trastorno de ansiedad y la esquizofrenia.
Con respecto a la depresión mayor, se observó que a las personas que padecen este trastorno les cuesta más cesar con el consumo de tabaco, que las personas sin depresión.
En relación con los trastornos de ansiedad se cree que existe una asociación entre la dependencia de la nicotina y este trastorno, especialmente con respecto al trastorno de ansiedad generalizada. No existen estudios clínicos sobre la abstinencia de tabaco y los trastorno de ansiedad, posiblemente debido a que como un efecto del tabaco es la relajación y la disminución de la ansiedad, y como estos trastornos suelen ser crónicos, estas personas tienden a dejar de fumar en menor medida.
Existen varios estudios que prueban entre individuos alcohólicos de un 80 a un 90% fuman, pero no parecerían ser proclives a no poder dejar de fumar. Si se examinó que sujetos adictos al alcohol y a la heroína, además de la nicotina, refieren a ésta última como la más difícil de abstenerse (Kozlowski, Skinner, Kent & Pope, 1989).
Referente a la esquizofrenia se ha reportado que los pacientes esquizofrénicos necesitan niveles mayores de neurolépticos, que los síntomas negativos se exacerban durante la abstinencia de nicotina, y que la nicotina puede llegar a regularizar algunos déficits perceptuales entre los esquizofrénicos.
Todos estos datos hablan de la necesidad de que los profesionales tomen en cuenta la dependencia de la nicotina como un trastorno per se y tomar conciencia sobre que se necesita combinar las terapias para estos trastornos (depresión mayor, esquizofrenia, alcoholismo y trastorno de ansiedad generalizada) con programas adecuados para lograr la abstinencia de la nicotina, con el fin de no perjudicar cualquier avance en recuperación de la salud mental.